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Esta es la carta de Casaldáliga al Papa

Esta es la carta de Casaldáliga al Papa

PRELATURA DE SÃO FÉLIX DO ARAGUAIA – MT
CX POSTAL 05
78370 – SÃO FÉLIX DO ARAGUAIA, MT
BRASIL

São Félix do Araguaia.
22 de febrero de 1986
Fiesta de la Cátedra de Pedro.

 

Querido Papa Juan Pablo II,

hermano en Jesucristo y Pastor de nuestra Iglesia:

Hace mucho tiempo que quería escribirle esta carta, y hace mucho tiempo que la estoy pensando y la medito en la oración.

Me gustaría que fuese un coloquio fraterno –en sinceridad humana y con la libertad del Espíritu-, así como también un gesto de servicio de un obispo para con el obispo de Roma, que es Pedro para mi fe, para mi corresponsabilidad eclesial y para mi colegialidad apostólica.

Hace dieciocho años que estoy en Brasil, a donde vine voluntariamente como misionero. Nunca regresé a mi país natal, a España, ni con ocasión de la muerte de mi madre. Nunca he tomado vacaciones en todo este tiempo. No he salido de Brasil en diecisiete años. En estos dieciocho años he vivido y trabajado en el nordeste del Estado de Mato Grosso, como el primer sacerdote que se ha establecido de forma permanente en esta región. Hace quince años que soy obispo de la Prelatura de Sao Félix do Araguaia.

Toda la población en general, dentro de esta Prelatura, ha sido forzada a vivir precariamente, sin servicios adecuados de educación, salud, transporte, vivienda, seguridad jurídica y, sobre todo, sin tierra garantizada para trabajar.

La región de la Prelatura está situada en la Amazonía legal brasileña y abarca un área de 150.000 km2. Todavía hoy no cuenta con un solo palmo de carretera asfaltada. Sólo recientemente fue instalado el servicio telefónico. Frecuentemente la región queda aislada o muy precariamente comunicada a causa de las lluvias e inundaciones que interrumpen las carreteras. Es un área de latifundios, nacionales y multinacionales, con haciendas agropecuarias de centenas de millares de hectáreas, con empleados que viven frecuentemente en régimen de violencia y de semiesclavitud. Acompaño desde hace tiempo la dramática vida de los indígenas, de los «posseiros» (labradores sin título de tierra) y de los peones (braceros del latifundio). Toda la población en general, dentro de la Prelatura, ha sido forzada a vivir precariamente, sin servicios adecuados de educación, salud, transporte, vivienda, seguridad jurídica y, sobre todo, sin tierra garantizada para trabajar.

Bajo la dictadura militar, el Gobierno intentó, por cinco veces, expulsarme del país. Cuatro veces fue cercada toda la Prelatura por operaciones militares de control y de presión. Mi vida y la de varios sacerdotes y agentes de pastoral de la Prelatura ha sido amenazada y puesta a precio públicamente. En varias ocasiones, estos sacerdotes, agentes de pastoral y yo mismo fuimos apresados; torturados varios de ellos también. El Padre Francisco Jentel fue apresado, maltratado, condenado a diez años de prisión, expulsado posteriormente de Brasil muriendo finalmente exiliado, lejos de su país de misión. El archivo de la Prelatura fue violado y saqueado por el Ejército y por la Policía. El boletín de la Prelatura fue editado de forma falsificada por los órganos de represión del régimen y así fue divulgado por la gran prensa, para servir de cargo de acusación contra la misma Prelatura. Todavía en este momento tres agentes de pastoral están sometidos a procesos judiciales bajo acusaciones falsas. Yo personalmente tuve que presenciar muertes violentas, como la del padre Jesuita João Bosco Penido Burnier, asesinado junto a mí por la policía, cuando los dos nos presentamos en la Comisaría-Prisión de Riberão Bonito para protestar oficialmente contra las torturas a que estaban siendo sometidas dos mujeres, labradoras, madres de familia, injustamente detenidas.

Dentro de la Iglesia han surgido algunas incomprensiones de hermanos que desconocen la realidad del pueblo y de la pastoral en estas regiones apartadas y violentas donde el pueblo, con frecuencia, cuenta sólo con la voz de la Iglesia que intenta ponerse a su servicio.

A lo largo de todos estos años se han multiplicado las incomprensiones y las calumnias de los grandes propietarios de tierras –ninguno de los cuales vive en la región- y de otros poderosos del país y del exterior. También dentro de la Iglesia han surgido algunas incomprensiones de hermanos que desconocen la realidad del pueblo y de la pastoral en estas regiones apartadas y violentas donde el pueblo, con frecuencia, cuenta sólo con la voz de la Iglesia que intenta ponerse a su servicio.

Además de estos sufrimientos vividos dentro del ámbito de la Prelatura, siendo responsable nacional de la CPT (Comisión Pastoral de la Tierra) y miembro del CIMI (Consejo Indigenista Misionero), me ha tocado acompañar muy de cerca las tribulaciones e incluso la muerte de tantos indígenas, campesinos, agentes de pastoral y de personas comprometidas con la causa de estos hermanos, a quienes la codicia del capital no les permite siquiera sobrevivir. Entre ellos, el indio Marçal, guaraní, que le saludó a usted personalmente en Manaus, en nombre de los pueblos indígenas de Brasil.

El Dios vivo, Padre de Jesús, es quien nos va a juzgar. Déjeme sin embargo abrir mi corazón ante su corazón de hermano y de Pastor. Vivir en estas circunstancias extremas, ser poeta y escribir, mantener contactos con personas y ambientes de la comunicación popular o de frontera (por edad, ideología, alteridad cultural, situación social, o por servicios de emergencia que prestan) puede llevarle a uno a gestos y posturas menos comunes y a veces incómodos para la sociedad establecida.

Como hermano y como Papa que usted es para mí, le ruego que acepte la intención sincera y la voluntad apasionadamente cristiana y eclesial tanto de esta carta como de mis actitudes.

Me siento un poco pequeño y como distante en esta Amazonia brasileña tan diferente, y en esta América Latina, tan convulsionada y frecuentemente incomprendida.

El Padre me ha concedido la gracia de no abandonar nunca la oración, a lo largo de esta vida más o menos agitada. Me ha preservado de tentaciones mayores contra la fe y la vida consagrada, y me ha posibilitado el contar siempre con la fuerza de los hermanos a través de una comunión eclesial rica en encuentros, estudios, ayudas. Ciertamente por eso, creo que no me he apartado del camino de Jesús, y espero, también por ello, seguir hasta el fin por este Camino que es la Verdad y la Vida.

Lamento incomodarlo con la lectura de esta larga carta, cuando tantos servicios y preocupaciones pesan ya sobre usted.

Dos cartas del Cardenal Gantin, Prefecto de la Congregación para los Obispos y una comunicación de la Nunciatura que hace poco recibí, me han llevado finalmente a escribirle esta carta. Esas tres comunicaciones urgían mi visita ad límina, interpelaban aspectos de la pastoral de la Prelatura y censuraban mi ida a América Central.

Me siento un poco pequeño y como distante en esta Amazonia brasileña tan diferente, y en esta América Latina, tan convulsionada y frecuentemente incomprendida.

He creído necesario hacerme preceder por esta carta. Me ha parecido que sólo un contacto sosegadamente personal entre nosotros dos, a través de un escrito pensado y claro, me daría la posibilidad de aproximarme verdaderamente a usted.

La otra forma mayor de encontrarnos ya está garantizada: rezo por usted todos los días, querido hermano Juan Pablo.

Como obispo de la Iglesia Católica, puedo y debo dar a nuestra Iglesia esta contribución: pensar en voz alta mi fe y ejercer, con libertad de familia, el servicio de la colegialidad corresponsable. Callar, dejar correr, con cierto fatalismo, la fuerza de estructuras seculares, sería mucho más cómodo. No pienso sin embargo que fuese más cristiano, ni siquiera más humano.

No tome como impertinencia la alusión que haré a temas, situaciones y prácticas secularmente controvertidas en la Iglesia o incluso contestadas sobre todo hoy, cuando el espíritu crítico y el pluralismo atraviesan también fuertemente la vida eclesiástica. Abordar nuevamente esos asuntos incómodos, hablando con el Papa, significa para mí expresar la corresponsabilidad en relación a la voz de millones de hermanos católicos –de muchos obispos también- y de hermanos no católicos, evangélicos, de otras religiones, humanos. Como obispo de la Iglesia Católica, puedo y debo dar a nuestra Iglesia esta contribución: pensar en voz alta mi fe y ejercer, con libertad de familia, el servicio de la colegialidad corresponsable. Callar, dejar correr, con cierto fatalismo, la fuerza de estructuras seculares, sería mucho más cómodo. No pienso sin embargo que fuese más cristiano, ni siquiera más humano.

Así como hablando, exigiendo reformas, tomando posiciones nuevas, se puede causar »escándalo» a los hermanos que viven en situaciones más tranquilas o menos críticas, también podemos causar «escándalo» a muchos hermanos, situados en otros contextos sociales o culturales, más abiertos a la crítica y deseosos de renovación de la Iglesia –siempre una y «semper renovanda»- cuando callamos o aceptamos la rutina o tomamos medidas unívocas indiscriminadamente.

Sin «conformarse a este mundo», la Iglesia de Jesús, para ser fiel al Evangelio del Reino, debe estar atenta «a los signos de los Tiempos» y de los Lugares y anunciar la Palabra, en un tono cultural o histórico y con un testimonio de vida y de práctica tales, que los hombres y mujeres de cada tiempo y lugar puedan entender esta Palabra y se vean estimulados a aceptarla.

En lo que se refiere al campo social concretamente, no podemos decir con mucha verdad que ya hemos hecho la opción por los pobres. En un primer lugar, porque no compartimos en nuestras vidas y en nuestras instituciones la pobreza real que ellos experimentan.

En lo que se refiere al campo social concretamente, no podemos decir con mucha verdad que ya hemos hecho la opción por los pobres. En un primer lugar, porque no compartimos en nuestras vidas y en nuestras instituciones la pobreza real que ellos experimentan. Y, en segundo lugar, porque no actuamos, frente a la «riqueza de la iniquidad», con aquella libertad y firmeza adoptadas por el Señor. La opción por los pobres, que no excluirá nunca a la persona de los ricos –ya que la salvación es ofrecida a todos y a todos se debe el ministerio de la Iglesia- sí excluye el modo de vida de los ricos, «insulto a la miseria de los pobres», y su sistema de acumulación y privilegio, que necesariamente expolia y margina a la inmensa mayoría de la familia humana, a pueblos y continentes enteros.

No hice la visita ad limina, incluso después de recibir, como otros, una invitación de la Congregación para los obispos que nos recordaba esta práctica. Yo quería y quiero ayudar a la Sede Apostólica a revisar la forma de esa visita. Oigo críticas de parte de muchos obispos que la hacen, pues aún reconociendo que ella propicia un contacto con los Dicasterios romanos y un encuentro cordial con el Papa, se revela incapaz de producir un verdadero intercambio de colegialidad apostólica de los Pastores de las Iglesias Particulares con el Pastor de la Iglesia universal. Se realiza un gran gasto, es establecen contactos, se cumple una tradición. ¿Se cumple sin embargo la Tradición de «videre Petrum» y de ayudarle a Pedro a ver toda la Iglesia? ¿No tendría hoy la Iglesia otros modos más eficaces de intercambiar, de establecer contactos, de evaluar, de expresar la comunión de los Pastores y de sus Iglesias con la Iglesia Universal y más concretamente con el obispo de Roma?

Nunca pretendería suponer en el Papa un conocimiento detallado de las Iglesias Particulares o pedirle a él soluciones concretas para la Pastoral de aquéllas. Para esto estamos los respectivos Pastores, ministros y consejos pastorales de cada Iglesia. Para eso están también las Conferencias Episcopales que, a mi entender y en el de muchos otros, no están siendo debidamente valoradas e incluso están siendo preteridas o injustamente señaladas por ciertas actitudes de algunas instancias de la Curia Romana. Si las Conferencias episcopales no son “teológicas» o «apostólicas», como tales –podrían no existir, sin ellas caminó la Iglesia– tampoco son, en sí mismas, «apostólicas» o «teológicas», las curias, ni siquiera la Curia Romana: Pedro presidió y rigió la Iglesia, de modo diferente, en las diversas épocas.

El Papa tiene necesidad de un cuerpo de auxiliares, como también lo necesitan todos los obispos de la Iglesia, aunque debiera ser siempre más sencillo y participativo. Sin embargo, hermano Juan Pablo, para muchos de nosotros, ciertas estructuras de la Curia no responden al testimonio de simplicidad evangélica y de comunión fraterna que el Señor y el mundo reclaman de nosotros; ni traducen en sus actitudes, a veces centralizadoras e impositivas, una catolicidad verdaderamente universal, ni respetan siempre las exigencias de una corresponsabilidad adulta; ni siquiera, a veces, los derechos básicos de la persona humana o de los diferentes pueblos. Ni faltan, con frecuencia, en sectores de la Curia romana, prejuicios, atención unilateral a las informaciones, o incluso posturas, más o menos inconscientes, de etnocentrismo cultural europeo frente a América Latina, a Africa y a Asia.

No se puede negar que la mujer continúa siendo fuertemente marginada en la Iglesia: en la legislación canónica, en la liturgia, en los ministerios, en la estructura eclesiástica.

Con ánimo objetivo y sereno, no se puede negar que la mujer continúa siendo fuertemente marginada en la Iglesia: en la legislación canónica, en la liturgia, en los ministerios, en la estructura eclesiástica. Para una fe y una comunidad de aquella Buena Noticia que ya no discrimina entre «judío y griego, libre y esclavo, hombre y mujer», esa discriminación de la mujer en la Iglesia nunca podrá ser justificada. Tradiciones culturales masculinizantes que no pueden anular la novedad del Evangelio. explicarán tal vez el pasado; no pueden justificar el presente, ni menos todavía el futuro inmediato.

Otro punto delicado en sí y muy sensible para su corazón, hermano Juan Pablo, es el celibato. Yo, personalmente, nunca he dudado de su valor evangélico y de su necesidad para la plenitud de la vida eclesial, como un carisma de servicio al Reino y como un testimonio de la gloriosa condición futura. Pienso, sin embargo, que no estamos siendo comprensivos ni justos con estos millares de sacerdotes, muchos de ellos en situación dramática, que aceptaron el celibato compulsoriamente, como exigencia, actualmente vinculante, para el ministerio sacerdotal en la Iglesia latina. Posteriormente, a causa de esta exigencia no vitalmente asumida, tuvieron que dejar el ministerio, y no pudieron ya regularizar su vida, ni dentro de la Iglesia ni, a veces, ante la sociedad.

El Colegio Cardenalicio está privilegiado, a veces, con poderes y funciones que difícilmente se conllevan con los derechos anteriores y con las funciones más eclesialmente connaturales del Colegio apostólico de los Obispos como tal.

De las Nunciaturas tengo, yo personalmente, una triste experiencia. Usted conoce mejor que yo la persistente reclamación de Conferencias Espiscopales de obispos, de presbiterios, de grandes sectores de la Iglesia, frente a una institución tan marcadamente diplomática en la sociedad y. con frecuencia, con una actuación paralela a la actuación de los episcopados.

Por más tradicionales que sean los títulos de ‘Santísimo Padre», «Su Santidad»… –así como otros títulos eclesiásticos tales como »Eminentísimo», «Excelentísimo»- resultan evidentemente poco evangélicos e incluso extravagantes humanamente hablando.

Juan Pablo, hermano, permítame todavía una palabra de crítica fraterna al mismo Papa. Por más tradicionales que sean los títulos de ‘Santísimo Padre», «Su Santidad»… –así como otros títulos eclesiásticos tales como »Eminentísimo», «Excelentísimo»- resultan evidentemente poco evangélicos e incluso extravagantes humanamente hablando. «No se hagan llamar padres, o maestros», dice el Señor. Igualmente sería más evangélico -y también más accesible a la sensibilidad actual- simplificar la indumentaria, los gestos, las distancias, dentro de nuestra Iglesia.

Pienso también que sería muy apostólico que usted recabara una evaluación suficientemente libre y participada, sobre sus viajes, tan generosos y hasta heróicos en muchos aspectos, y sin embargo tan contestados -y, a mi entender, no siempre sin motivos-: ¿no son esos viajes conflictivos para el Ecumenismo –testimonio de Jesús pidiendo al Padre que fuésemos uno- para la libertad religiosa en la vida pública pluralista? ¿No exigen esos viajes grandes dispendios económicos por parte de las Iglesias y de los Estados, revistiéndose así de una cierta prepotencia y unos privilegios cívico-políticos con relación a la Iglesia Católica, en la persona del Papa, que se hacen irritantes para otros?

¿Por qué no reexaminar, a la luz de la fe, en favor del Ecumenisno, para dar testimonio al mundo, la condición de Estado con que se presenta el Vaticano, invistiendo a la persona del Papa de una dimensión explícitamente política, que perjudica la libertad y la transparencia de su testimonio de Pastor universal de la Iglesia?

¿Por qué no decidirse, con libertad evangélica y también con realismo, por una profunda renovación de la Curia Romana?

Sé del dolor que le produjo su viaje a Nicaragua. Aún así, me siento en el deber de confiarle la impresión –que otros muchos comparten- de que sus asesores y la actitud de usted mismo no contribuyeron para que ese viaje extremamente crítico, y necesario por otra parte, fuese más feliz y, sobre todo, más evangelizador. Se abrió una herida en el corazón de muchos nicaragüenses y de muchos latinoamericanos, así como Ud. se sintió herido en su corazón.

El año pasado estuve en Nicaragua. Ha sido mi primera salida de Brasil después de diecisiete años de permanencia en este país. Por la amistad que tengo, hace tiempo, con muchos nicaragüenses, por contactos personales o por carta, sentí que debía hacerme presente, como persona humana y como obispo de la Iglesia, en una hora de agresión político-militar gravísima y de profundo sufrimiento interno.

No pretendí sustituir al episcopado local, ni subestimarlo. Creí sin embargo que podía y hasta debía ayudar a aquel pueblo y a aquella Iglesia. Así se lo comuniqué por escrito a los obispos de Nicaragua, tan pronto como llegué. Intenté conversar personalmente con algunos de ellos, pero no fui recibido. La jerarquía nicaragüense está abiertamente de un lado; al otro lado hay millares de cristianos, a los que también se debe la Iglesia.

Pienso sinceramente que nuestra Iglesia –yo me siento Iglesia de Nicaragua también, como cristiano y como obispo de la Iglesia- no está dando oficialmente en aquel sufrido país, y con repercusiones negativas para toda América Central, el Caribe y para toda América Latina, el testimonio que debería dar: condenando la agresión, propugnando la autodeterminación de aquellos pueblos, consolando a las madres de los caídos y celebrando, en la Esperanza, la muerte violenta de tantos hermanos, católicos en su mayor parte.

¿Podrá la Iglesia dejar de dialogar con la Historia? Dialogó con el Imperio romano, con el feudalismo, y dialoga, a gusto, con la burguesía y con el capitalismo, muchas veces acríticamente, según ha tenido que reconocer una posterior evaluación histórica.

¿Sólo con el Socialismo o con el Sandinismo no puede dialogar la Iglesia, críticamente, sí, como críticamente debe dialogar con la realidad humana? ¿Podrá la Iglesia dejar de dialogar con la Historia? Dialogó con el Imperio romano, con el feudalismo, y dialoga, a gusto, con la burguesía y con el capitalismo, muchas veces acríticamente, según ha tenido que reconocer una posterior evaluación histórica. ¿No dialoga con la Administración Reagan? ¿El Imperio norteamericano merece más consideración de la Iglesia que el proceso doloroso con que la pequeña Nicaragua pretende ser ella, por fin, arriesgando y hasta equivocándose, pero siendo ella?

El peligro del comunismo no justificará nuestra omisión o nuestra connivencia con el capitalismo. Esa omisión o connivencia podrán «justificar» dramáticamente, un día, la revuelta, la indiferencia religiosa o hasta el ateísmo de muchos, sobre todo entre los militantes y en las nuevas generaciones. La credibilidad de la Iglesia –y del Evangelio y del propio Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo- depende, en gran parte, de nuestro ministerio, crítico, sí, pero comprometido con la Causa de los pobres y con los procesos de la liberación de los pueblos secularmente dominados por los sucesivos imperios y oligarquías.

Usted, como polaco, está en condiciones muy personales de entender dichos procesos. Su Polonia natal, tan sufrida y fuerte, hermano Juan Pablo, tantas veces invadida y ocupada, privada de su autonomía y amenazada en su fe por imperios vecinos (Prusia, Alemania nazi, Rusia, Imperio Austro-Húngaro) es hermana gemela de América Central y del Caribe, tantas veces ocupados por el Imperio del Norte. Estados Unidos invadió Nicaragua en 1898 y después volvió a ocuparla con sus marines de 1909 a 1933, dejando a continuación una dictadura que duró hasta 1979. Haití estuvo bajo ocupación de 1915 a 1934. Puerto Rico continúa ocupado hoy día, desde 1902. Cuba sufrió varias veces invasiones y ocupaciones, así como los demás países de la región, especialmente Panamá Honduras y la República Dominicana. Más recientemente Granada sufrió la misma suerte. El propio Estados Unidos exporta para estos países sus sectas, que dividen internamente el pueblo y amenazan la fe católica y la fe de otras Iglesias evangélicas… allí establecidas.

Sé también de sus preocupaciones apostólicas respecto de nuestra Teología de la Liberación, de las Comunidades cristianas en los medios populares, de nuestros teólogos, de nuestros encuentros, publicaciones y otras manifestaciones de vitalidad de la Iglesia en América Latina.

Sé también de sus preocupaciones apostólicas respecto de nuestra Teología de la Liberación, de las Comunidades cristianas en los medios populares, de nuestros teólogos, de nuestros encuentros, publicaciones y otras manifestaciones de vitalidad de la Iglesia en América Latina, de otras Iglesias del Tercer Mundo y de algunos sectores de la Iglesia en Europa y en América del Norte. Sería ignorar su misión de Pastor universal el pretender que usted no se enterase e incluso se preocupase con todo este movimiento eclesial, máximo cuando América Latina, concretamente, representa casi la mitad de los miembros de la Iglesia Católica.

De todas formas, una vez más, le pido disculpas para expresarle una palabra sentida respecto al modo como están tratadas por la Curia Romana, nuestra Teología de la Liberación y sus Teólogos, ciertas instituciones eclesiásticas –como la propia CNBB, en determinadas ocasiones- iniciativas de nuestras Iglesias y algunas sufridas comunidades de este Continente, así como sus animadores.

Delante de Dios puedo darle el testimonio de los agentes de pastoral y de las comunidades con que establecí contacto en Nicaragua. Nunca han pretendido ser Iglesia «paralela». No ignoran a la Jerarquía en sus legítimas funciones, y tienen conciencia de que son Iglesia, manifestando una sincera voluntad de permanecer en ella. ¿Por qué no pensar que algunas causas de este tipo de conflictos en la pastoral puedan provenir de la jerarquía también? Nosotros, con frecuencia, los miembros de la jerarquía, no reconocemos de hecho a los laicos como adultos y corresponsables en la Iglesia, o queremos imponer ideologías y estilos personales, exigiendo uniformidad o atrincherándonos en el centralismo.

No quiero crear problemas innecesarios. Quiero ayudar, responsable y colegialmente, a llevar adelante la misión evangelizadora de la Iglesia, particularmente aquí en Brasil y en América Latina.

Acabo de recibir la última carta del Cardenal Gantin, prefecto de la Congregación para los Obispos. En ella el Señor Cardenal, entre otras amonestaciones, me recuerda ahora la visita apostólica que recibí y recibió la Prelatura de Sao Félix do Araguaia en 1977. Quiero simplemente comunicarle a usted que esta visita fue provocada por denuncias o calumnias de un hermano en el episcopado; que el visitador apostólico pasó apenas cuatro días en São Félix, sin visitar ninguna comunidad, aceptando solamente conversar con poquísimas personas y ver el Archivo de la Prelatura, después de que le insistimos en que lo hiciese. Ni él, ni la Nunciatura, ni la Santa Sede, jamás me comunicaron las conclusiones de dicha visita, aún habiéndolo solicitado yo expresamente.

Quiero, finalmente, reafirmarle, querido hermano en Cristo y Papa, la seguridad de mi comunión y la voluntad sincera de proseguir con la Iglesia de Jesús, en el servicio al Reino. Dejo a su criterio de Pedro de nuestra Iglesia, el tomar la decisión que juzgue oportuno sobre mí, obispo también de la Iglesia. No quiero crear problemas innecesarios. Quiero ayudar, responsable y colegialmente, a llevar adelante la misión evangelizadora de la Iglesia, particularmente aquí en Brasil y en América Latina. Porque creo en la perenne actualidad del Evangelio y en la presencia siempre liberadora del Señor Resucitado, quiero creer también en la juventud de su Iglesia.

Si usted lo considera oportuno, puede indicarme una fecha apropiada para que vaya a visitarlo personalmente.

Confío en su oración de hermano y de Pontífice. Dejo en las manos de María, Madre de Jesús, el desafío de esta hora. Le reitero a usted mi comunión de hermano en Jesucristo y, con usted, reafirmo mi condición de servidor de la Iglesia de Jesús.

Con su bendición apostólica,

Pedro Casaldáliga,

obispo de São Félix do Araguaia, MT, Brasil.

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Este era el papel de la mujer en la diócesis de Casaldàliga

Este era el papel de la mujer en la diócesis de Casaldàliga

Una Iglesia comunitaria, sin jerarquías, con plena igualdad y sin etiquetas. Esta es la Iglesia que el obispo claretiano, Pedro Casaldáliga, impulsó a su diócesis, São Félix do Araguaia. Después de su muerte el mes de agosto han sido muchas las voces dedicadas a recordar su talante y estilo eclesial. El periódico Alvorada, ha publicado cinco breves testimonios de mujeres que han compartido la fe y la misión evangélica con el obispo Pedro.

«Pedro nos invitó a crear un modelo circular e inclusivo de Iglesia, insertado en la vida del pueblo, en sus luchas y resistencias, ante las amenazas y la violencia del latifundio y la ausencia y omisión del Estado» . Es el testimonio de Jeane Bellini, integrante del Equipo de Casaldàliga entre 1983 y 2005.

Bellini explica que desde un comienzo les propuso «formar equipos mixtos de hombres y mujeres, laicos, religiosos y sacerdotes, sin jerarquías». Convivían con la gente en el pueblo y afrontaban los retos juntos. «Aprendimos mucho, fue un camino marcado por momentos fuertes de victorias, pero también de muchas derrotas», valora.

 

Una Iglesia-Pueblo-de-Dios sin jerarquías

 

Todo ello con una vivencia religiosa: «Bebimos la espiritualidad de Pedro, que impregnaba todo lo que hacía. Lo celebrábamos todo, la vida, la muerte, la lucha, la derrota y la victoria «, dice Bellini.

Subraya el privilegio, a lo largo de 22 años, «de formar parte de la construcción de un modelo de Iglesia-Pueblo-de-Dios, sin jerarquías». No usaban títulos ni de laico, laica, sacerdote, hermana u obispo. «Nos reconocimos por el nombre, no por la categoría. Cada miembro de la Iglesia, del equipo pastoral, asumió y compartió aquella misión «.

Es el caso también de Selme de Lima Pontim, que vivió más de 20 años a la Prelatura Casaldáliga: «A lo largo de mi estancia en São Félix, celebré misa muchas veces, incluso en la catedral. Nunca me lo prohibieron, al contrario, siempre me animaron a hacerlo y prepararme «.

De Lima hizo un curso en el Centro de Estudios Bíblicos, el CEBI, por correspondencia y Teología del Pluralismo Religioso por internet. Recuerda «sentir siempre la alegría de Pedro» al ver que avanzaba en su formación. En las misas, no sólo leía el Evangelio, sino que hizo alguna homilía, recuerda.

 

«Nunca hubo ninguna reunión separada entre sacerdotes y monjas para tomar decisiones»

 

La madre de Dailir Rodrigues da Silva, también era una mujer activa en la comunidad de en Casaldáliga. Y Dailir nació y vivió en la Prelatura de São Félix do Araguaia. Durante seis años, fue agente pastoral. Formó parte de los consejos en varias comunidades locales, regionales y también de la asamblea general de la Prelatura. «Eran espacios donde todo el mundo tenía derecho, voz y voto», apunta Rodrigues.

La cultura democrática impregnaba el día a día de las comunidades, sin distinguir hombres y mujeres, laicos y ordenados: «Nunca hubo ninguna reunión separada entre sacerdotes y monjas para tomar decisiones sobre la vida de la comunidad o de la Prelatura». Y recuerda: «Tanto Pedro como los demás teníamos el mismo derecho a hablar y decidir que todo se debatía, se reflexionaba o se votaba».

De fondo había una responsabilidad conjunta: «Ni el Evangelio ni el compartir la Palabra eran exclusividad de los sacerdotes, sino una responsabilidad de toda la comunidad». Y asimismo «las casas de los equipos pastorales eran casas de la comunidad, no la casa del cura» donde «las mujeres y los hombres eran recibidos y tratados con el mismo afecto y respeto».

 

«¿Por qué las mujeres no pueden celebrar misa?»

 

Tânia Oliveira pasó 20 años con Casaldáliga. Y vivió en casa de Casaldáliga durante tres años. El primer año, con él y la hermana Irene. «Siempre me sentí respetada y valorada como misionera laica», apunta.

Una vez su hija, aunque pequeña, con seis o siete años, le preguntó: «Pedro, ¿por qué las mujeres no pueden celebrar misa?». Pedro, respondió, con una amplia sonrisa: «Gabriella, tenía esperanza en ver esto pasar. Creo que no viviré lo suficiente para verlo, tal vez lo verá tu madre, pero mantengo viva la esperanza de que tú sí lo verás «. Y añadió: «No hay nada que impida a las mujeres hacer lo mismo que hacemos los curas y, de hecho, creo que lo puede hacer mucho mejor!»

Casaldáliga tenía un carácter interpelador. Lo muestra también la anécdota de María Aparecida Rezende, que nació y vive en el Araguaia. Con 14 o 15 años y, después de la primera comunión, comenzó a ser catequista. «En una ocasión, tuvimos una reunión de jóvenes para preparar la misa. Era fiesta mayor y había que arreglar la iglesia y preparar la misa con Pere y el padre Clélio «.

Se abrió una discusión porque «los chicos querían preparar la misa porque eran hombres y no querían limpiar la iglesia y los bancos». En un momento determinado, en Pedro dijo al grupo: «Hoy haremos una misa de mujeres. Los chicos lavarán la iglesia «.

Rezende lo recuerda con extrañeza: «Los chicos harían ‘el trabajo de las mujeres’?» Y dice que cuando lo conté en casa, sus hermanos dijeron que la gente de la Prelatura era muy extraña. Y concluye: «Pedro nos enseñó que hacer comida, lavar platos o preparar la casa también era cosa de hombres. La gente del interior, del campo, lo veía muy raro, pero, poco a poco, se acostumbraron «.

 

Fotografía: Selme de Lima Pontim.

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Hay alternativa a la autodestrucción?

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Hay alternativa a la autodestrucción?

«Tenemos que reconocer que, aunque haya millones de activistas luchando por la justicia ambiental, solo estamos hablando de una pequeña fracción de los más de siete mil millones de personas que poblamos el planeta». Así pues, ¿“hay alternativa”?

26 de noviembre de 2020

Las Causas de Pedro Casaldáliga

Una cosa se puede afirmar con certeza: la continuación del statu quo, del sistema capitalista global tal y como lo conocemos actualmente, es una imposibilidad ecológica.

El capitalismo, para mantenerse estable, requiere de una tasa constante de crecimiento. Una tasa de crecimiento relativamente modesta del 3% anual implica duplicar la economía mundial cada 25 años. Por lo tanto, un crecimiento “saludable” implica siempre un crecimiento exponencial.

Cómo señaló hace mucho tiempo el economista Kenneth Boulding, solo un loco o un economista podrían creer que el crecimiento exponencial puede continuar por siempre jamás en un mundo finito.

Dona del Poble Indígena Xavante, a l'Araguaia

Para los pueblos indígenas la acumulación no existe; las deudas no existen. Fotografía: Associação ANSA

Hoy, el decrecimiento no es una opción, sino que es una necesidad impuesta por la imposibilidad de un crecimiento económico eterno, del cual ya experimentamos efectos devastadores. Serge Latouche lo expresa con claridad en su lema: “Decrecimiento o barbarie”. Solo puede continuar creciendo una parte de la humanidad matando literalmente la otra.
La única posibilidad que la humanidad en su conjunto tiene de sobrevivir está basada en la frugalidad y la autolimitación.

El gran enemigo del decrecimiento es el sistema económico y la religión que lo mantiene: el consumismo desaforado y la obsesión por el enriquecimiento económico.

El gran enemigo del decrecimiento es el sistema económico y la religión que lo mantiene: el consumismo desaforado y la obsesión por el enriquecimiento económico.

En un mundo donde los millonarios son envidiados y la población queda deslumbrada por la ilusión de los grandes lujos, el decrecimiento no parece algo atractivo. Sin embargo, numerosos “estudios de felicidad” verifican aquello que las enseñanzas religiosas tradicionales siempre han mantenido: más allá de cierto punto, con más consumo no aumenta la felicidad general.

Unos hábitos austeros y unas altas dosis de solidaridad y empatía mejorarían la vida física de la mayoría de la humanidad y la vida espiritual de las minorías ricas.

Cómo afirmaba Gandhi: “La tierra proporciona bastante para las necesidades de cada persona, pero no para la codicia de cada uno”.

Treball al camp de l'Araguaia

Alenira y su marido, en el Araguaia, viven de lo que cultivan. Sin contaminar y sin depender de nadie. Fotografía: Associação ANSA.

[En los medios de comunicación] no se encontrarán esbozos de un sistema económico que nos permita evitar la catástrofe.

Se dice que es más fácil de imaginar el fin del mundo que no el fin del capitalismo y, en efecto, los medios de comunicación de masas no paran de evocar escenarios apocalípticos: IIIª Guerra Mundial, invierno nuclear, virus que matan a la mayor parte de la humanidad, entrada en el punto de no retorno del cambio climático…

Sin embargo, no se explica nada de los sistemas económicos que nos permitirían evitar la catástrofe, el punto de no retorno. Desde la segunda mitad del siglo XX, cuando quedó claro que el modelo soviético de planificación central ya no funcionaba, se han realizado muchas investigaciones sobre estas alternativas viables al capitalismo

Las razones por las cuales se han divulgado y conocido tan poco son diversas, la más obvia es que los privilegiados del sistema actual defienden con uñas y dientes sus privilegios, pero también es cierto que siempre es más fácil destruir que construir, ser adivino que no intentar construir futuros posibles, dejarse llevar por el miedo que invertir esfuerzos en la reflexión para salir adelante.

Entre los diferentes modelos me parece muy interesante el de la “Democracia Económica” de David Schweickart, que…

 

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La utopía continúa

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Para Pedro Casaldáliga, «la Utopía no es una quimera sino un desafío». Por eso, en este texto, nos preguntaba: ¿Cómo vamos de utopía?…¿Le respondemos?

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El cristianismo no ha hecho más que comenzar

El cristianismo no ha hecho más que comenzar

«Más que mirar con nostalgia un pasado cristiano que ya no existe, hemos de ir adelante para evangelizar el mundo de hoy secularizado, agnóstico y postmoderno.» ¿Qué podemos hacer? ¿Qué puede aportar hoy el cristianismo? Ésta es la reflexión del jesuita Victor Codina.

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La huida de un pueblo amazónico por la expansión de la soja

La huida de un pueblo amazónico por la expansión de la soja

No es la primera vez que el pueblo Khikatxi, en territorio indígena wawi, se reubica en lo más profundo de la selva para preservar la salud y el bienestar de sus habitantes. ¿Será la última? Cada noche, los hombres kisêdjê llevan sillas de plástico al centro de un...

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Y Casaldáliga llegó a la Amazonía

Y Casaldáliga llegó a la Amazonía

El 30 de julio de 1968, Pedro Casaldáliga y Manuel Luzón llegaron a São Félix do Araguaia, en la Amazonía. El propio Casaldáliga explicó ese momento primero en una entrevista en 2007.

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