En una brillante entrevista tras la elección del Papa en 2005, Pedro Casaldáliga analiza los desafíos eclesiásticos y la necesidad de cambios desde la base. Sus reflexiones resaltan la importancia de la presión interna para transformar instituciones. Una inspiradora llamada a la participación y transformación.
Quedan los pobres y Dios
Quedan los pobres y Dios
En palabras al final de sus días, Pedro Casaldáliga nos decía: “opten por los pobres. Opten verdaderamente por los pobres”. Sin embargo, ¿sabemos realmente lo que eso implica? Él mismo lo explicaba.
9 de diciembre de 2021
La Opción por los Pobres sigue siendo la opción por los pobres, textualmente.
Quiero decir: sigue siendo una conciencia de que los pobres son la opción del mismo Dios, el Dios de Jesús. La biblia entera, y, sobre todo, la palabra, la vida, la muerte y la resurrección de Jesús, nos confirman en esta conciencia teológica, teologal, de que Dios optó, opta y seguirá optando por los pobres, sus hijos -mayoría- prohibidos de ser plenamente humanos, por sistemas de prepotencia y de marginación
La opción por los pobres es «para los pobres»: fundamentalmente, los que no tienen, los que no pueden, aquellos que viven las «carencias» de la vida normal, económicamente: falta de tierra, de vivienda, de salud, de educación, de participación. Los prohibidos de vivir plenamente su dignidad de personas, hijos e hijas de Dios, hermanos y hermanas.
Optar significa siempre «volverse hacia», entregarse, comprometerse.
Cuando se opta por los pobres se opta contra las causas, las estructuras, los sistemas que hacen pobres a los pobres y les impiden vivir con dignidad esa condición humana, histórica, de hijos e hijas de Dios, hermanos y hermanas.
Hoy la OP es de mayor actualidad. Por dos motivos. Los pobres son más en número, en América Latina, en todo el tercer mundo. Y son más pobres; es mayor el empobrecimiento […].
Es más actual también hoy la OP porque hay muchos intereses que quieren desactualizarla.
Entre los poderosos, evidentemente, pero también en la conciencia o cansada o dormida o egoísta de muchos cristianos. Son muchos los que están cansados -dicen- de oír hablar de la opción por los pobres. (A mí me gusta responderles que seguramente los pobres están mucho más cansados de ser pobres).
Simultáneamente, esta opción se ha hecho más actual porque se ha hecho también más dialéctica. Este cansancio, estas ganas de marginar la misma opción, de considerarla como ya pasada, por un lado, y por otro lado, el movimiento ascendente de conciencia popular -en América Latina de un modo muy especial, en todo el tercer mundo, y en los sectores solidarios de la sociedad del primer mundo, los medios de comunicación con sus bienes y sus males- nos facilitan también esta conciencia.
Podríamos decir de un modo global que las mayorías oprimidas, prohibidas, marginadas (como pobres, económicamente tales; como culturas, hasta ahora consideradas subculturas, culturas menores, culturas al margen) están adquiriendo una conciencia clara no sólo de sus derechos, iguales a los derechos de cualquier otro pueblo o cultura, o de cualquier otra persona humana; están adquiriendo la conciencia de su protagonismo en la historia.
Los teólogos y los sociólogos de la liberación nos han hablado con frecuencia de «la lógica de las mayorías». Podríamos, deberíamos hablar hoy de la conciencia creciente de las mayorías y del protagonismo de las mayorías. De un modo difuso unas veces, de un modo más consciente otras, se siente, se palpa en la vida social la reivindicación de la igualdad entre los varios sectores de cada país y de los países o naciones entre sí.
Siguen ahí las estructuras (la ONU misma, el FMI, el Banco Mundial) marginando, excluyendo y esa misma exclusión crea una conciencia mayor de la iniquidad del sistema sociopolítico-económico que se nos ha impuesto, como exasperación, como el «no va más» del capitalismo, transnacionalizado, que hace de la sociedad humana un mercado simplemente, que proclama el derecho exclusivo de una minoría insignificante, y justifica la inmensa exclusión de la inmensa mayoría.
Al revés de lo que la propia Biblia -Palabra de Dios- con respecto al «resto de Israel» -un resto sacramental de la humanidad toda, progresivamente liberada y salvada- el neoliberalismo proclama el derecho y el futuro de un resto que excluye al otro resto mayoritario, inmenso, de la humanidad.
El triunfo del neoliberalismo coincide -es causa en parte, en parte efecto- con la caída del socialismo real, con el retroceso -o la transición por lo menos- de ciertas revoluciones sociales, políticas, más radicales.
El pragmatismo del neoliberalismo se asienta feliz sobre el desmoronamiento de muchas utopías. Y ese pragmatismo, que tiene en sus manos la economía, los medios de comunicación, fácilmente se justifica en la conciencia inmadura, o cansada, o fatalista, de muchos, el que las cosas sean así.
La derechización de la economía es también, con mucha frecuencia, de las Iglesias, de las religiones. El «no va más» proclamado por el neoliberalismo, de un modo conformista o de un modo fatalista, acaba también siendo con mucha frecuencia el no va más de una aceptación del mismo pueblo.
En la Iglesia, en las últimas décadas, más fundamentalmente a partir del pontificado de Juan Pablo II, estamos viviendo una involución, un auténtico conservadurismo eclesial, eclesiástico.
También el Concilio Vaticano II fue una auténtica revolución eclesial y abrió el horizonte para muchas utopías, dentro y hasta fuera de la Iglesia.
De unos años para acá se le vienen recortando las alas a esta utopía que nos abrió el Concilio Vaticano II.
En América Latina, como en ninguna otra región del mundo, el Concilio levantó el eco y la praxis de Medellín y Puebla. En nuestra Iglesia latinoamericana, el Concilio se encarnó, se ubicó, en una teología nueva, propia, la teología de la liberación; en una pastoral explícita de múltiples pastorales que llamamos «específicas» que significaban fundamentalmente la acogida, el clamor de las mayorías marginadas y de los varios sectores de esa marginación: indígenas, negros, campesinos, mujeres, menores, migrantes.
La utopía se hizo carne y sangre de nuestra iglesia, y muy particularmente de las bases mayoritarias de nuestra Iglesia; de un modo más concreto en las propias comunidades de base.
Es curioso recordar con qué obsesión se quiere pulir, perfilar, condicionar, la opción por los pobres, añadiéndole aquél «ni exclusiva ni excluyente», y se olvida que la economía, la política, la sociedad en sus estructuras y en sus poderes, son cada vez más exclusivas y excluyentes.
Hoy, como nunca, la opción por los pobres debería ser radical. Debería ser al servicio de las mayorías, incluyendo también -eso sí, y con mucha lucidez, y hasta las últimas consecuencias- la opción por los pobres «otros», la opción por las culturas -valga la palabra- «empobrecidas» por ser prohibidas, marginadas, desconsideradas.
No es que todo sea oscuro, ni es que podamos aceptar el pesimismo como horizonte. De un modo difuso, informal -como se da la economía informal en la sociedad- en la misma sociedad y en la Iglesia muy concretamente, dentro del movimiento popular social o eclesial, hay una conciencia, una organización y una praxis alternativa y ascendente de los mismos pobres.
De la opción por los pobres, pues, quedan los pobres y queda el Dios liberador de los pobres.
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