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Quedan los pobres y Dios

Quedan los pobres y Dios

Quedan los pobres y Dios

En palabras al final de sus días, Pedro Casaldáliga nos decía: “opten por los pobres. Opten verdaderamente por los pobres”. Sin embargo, ¿sabemos realmente lo que eso implica? Él mismo lo explicaba.

9 de diciembre de 2021

Las causas de Pedro Casaldáliga

La Opción por los Pobres sigue siendo la opción por los pobres, textualmente.

Quiero decir: sigue siendo una conciencia de que los pobres son la opción del mismo Dios, el Dios de Jesús. La biblia entera, y, sobre todo, la palabra, la vida, la muerte y la resurrección de Jesús, nos confirman en esta conciencia teológica, teologal, de que Dios optó, opta y seguirá optando por los pobres, sus hijos -mayoría- prohibidos de ser plenamente humanos, por sistemas de prepotencia y de marginación

La opción por los pobres es «para los pobres»: fundamentalmente, los que no tienen, los que no pueden, aquellos que viven las «carencias» de la vida normal, económicamente: falta de tierra, de vivienda, de salud, de educación, de participación. Los prohibidos de vivir plenamente su dignidad de personas, hijos e hijas de Dios, hermanos y hermanas.

Optar significa siempre «volverse hacia», entregarse, comprometerse.

Cuando se opta por los pobres se opta contra las causas, las estructuras, los sistemas que hacen pobres a los pobres y les impiden vivir con dignidad esa condición humana, histórica, de hijos e hijas de Dios, hermanos y hermanas.

Hoy la OP es de mayor actualidad. Por dos motivos. Los pobres son más en número, en América Latina, en todo el tercer mundo. Y son más pobres; es mayor el empobrecimiento […].

Es más actual también hoy la OP porque hay muchos intereses que quieren desactualizarla.

Entre los poderosos, evidentemente, pero también en la conciencia o cansada o dormida o egoísta de muchos cristianos. Son muchos los que están cansados -dicen- de oír hablar de la opción por los pobres. (A mí me gusta responderles que seguramente los pobres están mucho más cansados de ser pobres).

Simultáneamente, esta opción se ha hecho más actual porque se ha hecho también más dialéctica. Este cansancio, estas ganas de marginar la misma opción, de considerarla como ya pasada, por un lado, y por otro lado, el movimiento ascendente de conciencia popular -en América Latina de un modo muy especial, en todo el tercer mundo, y en los sectores solidarios de la sociedad del primer mundo, los medios de comunicación con sus bienes y sus males- nos facilitan también esta conciencia.

Podríamos decir de un modo global que las mayorías oprimidas, prohibidas, marginadas (como pobres, económicamente tales; como culturas, hasta ahora consideradas subculturas, culturas menores, culturas al margen) están adquiriendo una conciencia clara no sólo de sus derechos, iguales a los derechos de cualquier otro pueblo o cultura, o de cualquier otra persona humana; están adquiriendo la conciencia de su protagonismo en la historia.

 

Los teólogos y los sociólogos de la liberación nos han hablado con frecuencia de «la lógica de las mayorías». Podríamos, deberíamos hablar hoy de la conciencia creciente de las mayorías y del protagonismo de las mayorías. De un modo difuso unas veces, de un modo más consciente otras, se siente, se palpa en la vida social la reivindicación de la igualdad entre los varios sectores de cada país y de los países o naciones entre sí.

Siguen ahí las estructuras (la ONU misma, el FMI, el Banco Mundial) marginando, excluyendo y esa misma exclusión crea una conciencia mayor de la iniquidad del sistema sociopolítico-económico que se nos ha impuesto, como exasperación, como el «no va más» del capitalismo, transnacionalizado, que hace de la sociedad humana un mercado simplemente, que proclama el derecho exclusivo de una minoría insignificante, y justifica la inmensa exclusión de la inmensa mayoría.

Al revés de lo que la propia Biblia -Palabra de Dios- con respecto al «resto de Israel» -un resto sacramental de la humanidad toda, progresivamente liberada y salvada- el neoliberalismo proclama el derecho y el futuro de un resto que excluye al otro resto mayoritario, inmenso, de la humanidad.

El triunfo del neoliberalismo coincide -es causa en parte, en parte efecto- con la caída del socialismo real, con el retroceso -o la transición por lo menos- de ciertas revoluciones sociales, políticas, más radicales.

El pragmatismo del neoliberalismo se asienta feliz sobre el desmoronamiento de muchas utopías. Y ese pragmatismo, que tiene en sus manos la economía, los medios de comunicación, fácilmente se justifica en la conciencia inmadura, o cansada, o fatalista, de muchos, el que las cosas sean así.

La derechización de la economía es también, con mucha frecuencia, de las Iglesias, de las religiones. El «no va más» proclamado por el neoliberalismo, de un modo conformista o de un modo fatalista, acaba también siendo con mucha frecuencia el no va más de una aceptación del mismo pueblo.

En la Iglesia, en las últimas décadas, más fundamentalmente a partir del pontificado de Juan Pablo II, estamos viviendo una involución, un auténtico conservadurismo eclesial, eclesiástico.

También el Concilio Vaticano II fue una auténtica revolución eclesial y abrió el horizonte para muchas utopías, dentro y hasta fuera de la Iglesia.

De unos años para acá se le vienen recortando las alas a esta utopía que nos abrió el Concilio Vaticano II.

En América Latina, como en ninguna otra región del mundo, el Concilio levantó el eco y la praxis de Medellín y Puebla. En nuestra Iglesia latinoamericana, el Concilio se encarnó, se ubicó, en una teología nueva, propia, la teología de la liberación; en una pastoral explícita de múltiples pastorales que llamamos «específicas» que significaban fundamentalmente la acogida, el clamor de las mayorías marginadas y de los varios sectores de esa marginación: indígenas, negros, campesinos, mujeres, menores, migrantes.

La utopía se hizo carne y sangre de nuestra iglesia, y muy particularmente de las bases mayoritarias de nuestra Iglesia; de un modo más concreto en las propias comunidades de base.

Es curioso recordar con qué obsesión se quiere pulir, perfilar, condicionar, la opción por los pobres, añadiéndole aquél «ni exclusiva ni excluyente», y se olvida que la economía, la política, la sociedad en sus estructuras y en sus poderes, son cada vez más exclusivas y excluyentes.

Hoy, como nunca, la opción por los pobres debería ser radical. Debería ser al servicio de las mayorías, incluyendo también -eso sí, y con mucha lucidez, y hasta las últimas consecuencias- la opción por los pobres «otros», la opción por las culturas -valga la palabra- «empobrecidas» por ser prohibidas, marginadas, desconsideradas.

No es que todo sea oscuro, ni es que podamos aceptar el pesimismo como horizonte. De un modo difuso, informal -como se da la economía informal en la sociedad- en la misma sociedad y en la Iglesia muy concretamente, dentro del movimiento popular social o eclesial, hay una conciencia, una organización y una praxis alternativa y ascendente de los mismos pobres.

De la opción por los pobres, pues, quedan los pobres y queda el Dios liberador de los pobres.

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7 de abril de 2020

La obra de Pedro Casaldáliga

Opción por los pobres:

la misma espiritualidad cristiana

La OP, en cristiano, es la misma opción por el Reino de Dios en este mundo sojuzgado estructuralmente por el antirreino, en este mundo maltrecho de Dios.

La OP no sólo es un rasgo de la espiritualidad cristiana. Es la misma espiritualidad cristiana, si entendemos que el Reino es la opción de Jesús, porque es la voluntad del Padre. El Reino, visto desde el lado de acá, es desafío, conquista, práctica, respuesta nuestra… Mirado desde el lado de allá -donde ya no habrá ni ricos ni pobres-, el Reino será pura gratuidad, puro don: el Padre acogiéndonos a todos. El Hijo de Dios, el Verbo, para contestar al antirreino que el pecado del mundo venía estableciendo en la tierra de los hijos de Dios, no sólo «se hizo hombre», no sólo se hace humano, sino que se hace también pobre, se hace colonizado, incomprendido, perseguido, prohibido, excluido, excomulgado, condenado, ejecutado, maldito… La OP de Jesús es la kénosis de Cristo. Y la OP es la actitud kenótica de todo cristiano.

Repito: siempre que estemos de acuerdo en que la espiritualidad cristiana es la opción por el Reino: la voluntad del Padre que Jesús anuncia, asume, realiza y sufre, y por la cual, en la cual, para la cual, y desde la cual resucita.

El Pueblo Xavante, que vive en el Araguaia, fue expulsado de su tierra en 1964 por los grandes terratenientes. Hoy, luchan por recuperar plenamente su cultura, tradiciones y modo de vida ancestral. Para saber más, publicamos esa entrada hace un tiempo. Foto: nuestra

Fundamento teológico

Ese es el fundamento teológico de la OP. Pero aún podemos decirlo de otra manera.

La teología cristiana se fundamenta en la palabra, la actitud, la vivencia, la muerte y la resurrección de Jesús. Por eso es teología «cristiana». Cuando hablamos de Jesús, hablamos, o debemos hablar, automáticamente, del Dios de Jesús. Entonces, si ese Dios de Jesús envía a su propio Hijo para reparar el Reino maltrecho, para reanunciarlo, para que la humanidad pueda esperarlo de nuevo, y para que la humanidad colabore, como debe, en su construcción, es evidente que la voluntad de Dios sobre la humanidad es la finalidad de la humanidad. No puede ser otra.

Para nosotros los cristianos, en la actual coyuntura, en la actual contingencia de la humanidad, Dios no opta por la humanidad, Dios opta por los pobres en la humanidad. Contestando a los que en el privilegio, en el lujo, en el consumismo, en la capacidad de esclavizar, de dominar… han negado la condición de hermanos -y por lo mismo la condición de hijos de Dios- a los otros. Contestando a los que han construido en este mundo un antirreino, en este mundo que debería ser ya una realización de su Reino, anticipando en esperanza la plenitud futura.

Por eso, la Buena Noticia es anunciada a los pobres. La bienaventuranza se realiza en los pobres. Y éste es el fundamento de la OP.

Opción por los pobres:

kénosis y encarnación

Recordemos la palabra de Pablo: él, Cristo Jesús, siendo rico, por nosotros se hizo pobre (Fil 2, 6ss). «Se hizo»: desencarnamos totalmente esa palabra si la pretendemos entender en un sentido sólo espiritual. ¿Qué significa «se hizo»? Es una palabra encarnacional, evidentemente. Supone todo un proceso histórico: su modo de vida, sus conflictos, su ubicación geopolítica, cultural… todo lo que él realmente vivió.

Las implicaciones de esa opción, las exigencias de esa espiritualidad también arrancan del propio seguimiento de Jesús.

Si yo opto por la mayoría de los hijos de Dios, sometidos a una vida de antirreino, prohibidos en su condición de seres humanos -en su condición de hermanos y de hijos-, automáticamente debo, en primer lugar, acercarme a ellos, conocerlos, sentirlos, compadecerme de su situación, conmoverme por su realidad, participar en su propio sufrimiento, en su grito, en su pobreza, en su lucha, en su proceso.

La kénosis, ante todo y sobre todo es la bajada, la entrada, la encarnación… Así pues, una espiritualidad de OP es una espiritualidad encarnacionista en el más puro sentido de la palabra.

Algunos han tenido miedo a la palabra «encarnacionista», como si encarnarse supusiera prescindir de lo histórico, de lo político… El Hijo de Dios no se encarna en las nubes: se encarna en un ser humano, en un pueblo, en una cultura, en una estructura, en una coyuntura…

En el poblado de Novo Santo Antônio, la mayoría de familias sobrevive con menos de 1 euro al día por persona. Mientras, los grandes capitales compran tierras, desmatan y plantan soja para exportar. Foto: nuestra

Opción por los pobres:

espiritualidad profética, revolucionaria y utópica

Supone también, por otra parte, a partir de la opción por el Reino de Dios, a partir del seguimiento de Jesús, la contestación profética, la revuelta profética, la indignación profética frente a esa situación que niega el Reino, que impide a los hermanos ser hermanos, que impide a los hijos ser hijos.

Todos los profetas de Israel, el gran profeta Jesús, las palabras terminantes e indignadas del evangelio… nos iluminan, en el seguimiento de Jesús, esa actitud de profecía, de revuelta, en la medida en que nosotros nos compenetramos con la pobreza de los pobres, maldecimos la pobreza maldita de los pobres. La Cruz de Cristo niega la cruz. Él maldice la cruz precisamente para acabar de una vez con todas las cruces malditas. Por lo menos en su propia persona y en esperanza para todos nosotros.

Esa encarnación, esa compasión, compenetración, ese asumir la miseria, el sufrimiento, la indignación, la revuelta, el proceso de liberación de los pobres, la voluntad de salir del estado en que viven, nos pondrá automáticamente en una postura política -revolucionaria incluso- de transformación radical de una sociedad que no responde a la voluntad de Dios, al proyecto del Reino. Y nos confrontará automáticamente con todas las fuerzas y poderes que sujetan a la mayoría de los hermanos a la miseria, a la dependencia, a la no-vida, a ese mundo que está en el pecado, puesto en el Maligno, como dice Pablo.

No estamos negando, de ningún modo, el pecado personal; al contrario, estamos diciendo que reconocemos los pecados personales acumulados en una estructura de pecado, que es antirreino visible, diario. Las implicaciones políticas de esa postura deben ser tan coyunturales como estructurales, tan diarias como utópicas.

Una verdadera espiritualidad de la OP es una espiritualidad revolucionaria, decimos. Por eso mismo es una espiritualidad utópica. Ese mundo que está ahí no les sirve a los hijos de Dios, no sirve a los hermanos, contradice el Reino de Dios: ¡queremos otro!

Entramos necesariamente en el proceso de transformación de la sociedad, en el proceso de la revolución.

Opción por los porbres y solidaridad

Los teólogos de la liberación han recordado con frecuencia que la misma contemplación, la oración de los espirituales de la liberación se expresa, se traduce -se comprueba sobre todo- en las prácticas no sólo sociales sino en las prácticas explícitamente políticas.

Para que la caridad no se quede en «compasión» distante, o en «benevolencia» intermitente o transitoria, debe ser solidaridad política. Sólo así será verdadera caridad. Sólo así amará al hermano en la realidad en que el hermano vive. Sólo así ayudará al hermano de un modo eficiente. A lo mejor el sacerdote y el levita de la parábola, al pasar al lado del malherido, tuvieron un cierto sentimiento de compasión. No sabemos si le dejaron alguna limosna. Lo importante, lo dramático, lo que les fue condenado, es que no hicieran la acción concreta de transformar la realidad en la que él vivía, la acción concreta de llevar su solidaridad hasta las últimas consecuencias.

Sólo se lleva la solidaridad hasta las últimas consecuencias cuando de parte de uno se hace todo lo posible para que el hermano salga de la situación en que está. El propio Dios no nos habría demostrado que nos amaba si se hubiera quedado en su infinita compasión allá… Tuvimos necesidad de que saliera de su compasión e hiciera el gesto extremo… Por eso digo yo que Jesús es la propia solidaridad de Dios en persona, la solidaridad que va hasta las últimas consecuencias.

En el Asentamiento Don Pedro, a 100Km de São Félix do Araguaia, atendemos a 60 familias que viven en situación de extrema pobreza. Doña Alenira y su marido son unas de las más luchadoras!. Foto: nuestra

Ascética y mística de la opción por los porbres

La ascética y la mística de esa espiritualidad de la OP será, evidentemente, en primer lugar, una actitud de discernimiento, de sensibilidad, de percepción, de crítica, de autocrítica, de descodificación de la realidad, de análisis incluso político de la realidad misma. Será una espiritualidad que ande por el mundo de los pobres, por en medio de las mayorías prohibidas y oprimidas con los ojos abiertos. Hay obispos, sacerdotes visitantes cristianos, personas muy buenas, que vienen del primer mundo: visitan nuestras ciudades, visitan nuestras Iglesias y no descubren a esas inmensas «mayorías» de América Latina, del tercer  mundo,  del  mundo  entero, que  viven realmente prohibidas.  Así pues: los ojos  abiertos a la realidad, la atención al «clamor» de los oprimidos (Medellín y Puebla nos han recordado que el clamor está ahí, y es lamentable que hasta hace poco la Iglesia no ha descubierto que es un clamor colectivo, y que es un clamor estructural, y que cada vez es más estruendoso…).

En segundo lugar, la compasión, la conmoción, la compenetración que debe llevar a la convivencia: estar-en, estar-con, seguir, acompañar a los pobres, asumir sus mismas privaciones, sus riesgos…

Se ha olvidado demasiado el texto mismo de Puebla (1134), que habla de una opción «clara» y «solidaria» por los pobres. «Clara»: diríamos que con una conciencia clara incluso políticamente, para   ser integralmente clara. Y «solidaria». La palabra viene de «in solidum», que significa en bloque con, conjuntamente con. Entonces, una opción por los pobres «solidaria» exige estar con el pobre, convivir  con el pobre, pasarla mal con el pobre, arriesgar con el pobre… y, en todo caso, mudar de lugar social  e incluso de lugar geográfico -en la medida de lo posible- para estar en medio de los pobres.

En tercer lugar supone asumir los procesos  de los  pobres, las decisiones de los pobres,  caminar en su propio caminar, respetando su ritmo, entrando en sus  propias  reivindicaciones.  Podremos optar por los pobres con todo el espíritu crítico necesario, con toda la lucidez de la fe, pero nunca «a distancia». Sólo opta por los pobres aquél que se aproxima a ellos y camina con ellos.

Esto exigirá, necesariamente, una gran capacidad de llevar la cruz, la cruz de la privación de la pobreza, de la renuncia, del riesgo, del silencio a veces, de la conflictividad.

Y al mismo tiempo supondrá una gran capacidad de aguante, de esperanza, en el sentido pleno de la palabra, aquella esperanza de la que hablaba Pablo. Si uno quiere no llegar a la desesperación, a  la pura  indignación sin sentido, sin salida, a la blasfemia diríamos, uno debe llevar en sí  una gran fuerza de esperanza. Pienso que cuanto más cerca se vive de la miseria, del sufrimiento, de la muerte, más la esperanza debe ser expresión cotidiana casi espontánea de nuestras vidas.

Ahí los profetas nos enseñan tanto el anuncio del Dios vivo y verdadero y de sus planes y proyectos, como la denuncia de los ídolos, de los antiproyectos que contradicen el proyecto de Dios, como también la actitud de la consolación: «consolad a mi pueblo» (Is 40, 1).

Es evidente que esa espiritualidad exigirá una gran dosis de oración, de contemplación. Solamente caminando siempre muy al desnudo, muy abiertamente, con el Dios vivo, el Dios y Padre de Jesús, el consolador de los pobres, el «Pater pauperum», Padre de los pobres… se podrá vivir la espiritualidad de la OP con ecuanimidad, dando el testimonio que se debe dar y de un modo constructivo.

Me parece que es muy importante que la OP sepa también leer, celebrar, asumir las expresiones culturales de los pobres. Ese sería un rasgo muy característico: su alegría, su fiesta, la capacidad de hospitalidad, de compartir, la resistencia pasiva en muchas circunstancias, esos largos silencios de los pobres en sus luchas, en  las buenas «tácticas», en su proceso de liberación, en las mismas revoluciones populares, la capacidad que el pobre tiene de agradecer a los propios hermanos y a Dios.

Yo pienso que la Iglesia toda (sería un verdadero error hablar sólo de la Iglesia  del  tercer mundo) no puede tener más misión que la misión misma de Jesús -y ésa es la OP-: «el Espíritu del  Señor está sobre mí para…». Es decir, en la medida en que el Espíritu del Señor esté sobre nosotros, dentro de nosotros, ese «para» se hará realidad: anunciaremos la buena noticia a los pobres, ayudaremos a liberar a los cautivos, proclamaremos el año de gracia, que es la versión incluso temporal, histórica y hasta política y económica del Reino… en la expectativa, claro está de la plenitud del Reino.

La ascética y la mística de esa espiritualidad de la OP será, evidentemente, en primer lugar, una actitud de discernimiento, de sensibilidad, de percepción, de crítica, de autocrítica, de descodificación de la realidad, de análisis incluso político de la realidad misma. Será una espiritualidad que ande por el mundo de los pobres, por en medio de las mayorías prohibidas y oprimidas con los ojos abiertos. Hay obispos, sacerdotes visitantes cristianos, personas muy buenas, que vienen del primer mundo: visitan nuestras ciudades, visitan nuestras Iglesias y no descubren a esas inmensas «mayorías» de América Latina, del tercer  mundo,  del  mundo  entero, que  viven realmente prohibidas.  Así pues: los ojos  abiertos a la realidad, la atención al «clamor» de los oprimidos (Medellín y Puebla nos han recordado que el clamor está ahí, y es lamentable que hasta hace poco la Iglesia no ha descubierto que es un clamor colectivo, y que es un clamor estructural, y que cada vez es más estruendoso…).

En segundo lugar, la compasión, la conmoción, la compenetración que debe llevar a la convivencia: estar-en, estar-con, seguir, acompañar a los pobres, asumir sus mismas privaciones, sus riesgos…

Se ha olvidado demasiado el texto mismo de Puebla (1134), que habla de una opción «clara» y «solidaria» por los pobres. «Clara»: diríamos que con una conciencia clara incluso políticamente, para   ser integralmente clara. Y «solidaria». La palabra viene de «in solidum», que significa en bloque con, conjuntamente con. Entonces, una opción por los pobres «solidaria» exige estar con el pobre, convivir  con el pobre, pasarla mal con el pobre, arriesgar con el pobre… y, en todo caso, mudar de lugar social  e incluso de lugar geográfico -en la medida de lo posible- para estar en medio de los pobres.

En tercer lugar supone asumir los procesos  de los  pobres, las decisiones de los pobres, caminar en su propio caminar, respetando su ritmo, entrando en sus propias reivindicaciones.  Podremos optar por los pobres con todo el espíritu crítico necesario, con toda la lucidez de la fe, pero nunca «a distancia». Sólo opta por los pobres aquél que se aproxima a ellos y camina con ellos.

Esto exigirá, necesariamente, una gran capacidad de llevar la cruz, la cruz de la privación de la pobreza, de la renuncia, del riesgo, del silencio a veces, de la conflictividad.

Y al mismo tiempo supondrá una gran capacidad de aguante, de esperanza, en el sentido pleno de la palabra, aquella esperanza de la que hablaba Pablo. Si uno quiere no llegar a la desesperación, a la pura  indignación sin sentido, sin salida, a la blasfemia diríamos, uno debe llevar en sí  una gran fuerza de esperanza.

Pienso que cuanto más cerca se vive de la miseria, del sufrimiento, de la muerte, más la esperanza debe ser expresión cotidiana casi espontánea de nuestras vidas. Ahí los profetas nos enseñan tanto el anuncio del Dios vivo y verdadero y de sus planes y proyectos, como la denuncia de los ídolos, de los antiproyectos que contradicen el proyecto de Dios, como también la actitud de la consolación: «consolad a mi pueblo» (Is 40, 1).

Es evidente que esa espiritualidad exigirá una gran dosis de oración, de contemplación. Solamente caminando siempre muy al desnudo, muy abiertamente, con el Dios vivo, el Dios y Padre de Jesús, el consolador de los pobres, el «Pater pauperum», Padre de los pobres… se podrá vivir la espiritualidad de la OP con ecuanimidad, dando el testimonio que se debe dar y de un modo constructivo.

Me parece que es muy importante que la OP sepa también leer, celebrar, asumir las expresiones culturales de los pobres. Ese sería un rasgo muy  característico:  su alegría, su fiesta,  la capacidad de hospitalidad, de compartir, la resistencia pasiva en muchas circunstancias, esos largos silencios de los pobres en sus luchas, en  las buenas «tácticas», en su proceso de liberación, en las mismas revoluciones populares, la capacidad que el pobre tiene de agradecer a los propios hermanos y a Dios.

 Yo pienso que la Iglesia toda (sería un verdadero error hablar sólo de la Iglesia  del  tercer mundo) no puede tener más misión que la misión misma de Jesús -y ésa es la OP-: «el Espíritu del  Señor está sobre mí para…». Es decir, en la medida en que el Espíritu del Señor esté sobre nosotros, dentro de nosotros, ese «para» se hará realidad: anunciaremos la buena noticia a los pobres, ayudaremos a liberar a los cautivos, proclamaremos el año de gracia, que es la versión incluso temporal, histórica y hasta política y económica del Reino… en la expectativa, claro está de la plenitud del Reino.

Iglesia y opción por los porbres

¿Qué sería una Iglesia popular?

 Yo quiero lamentar una vez más que se haya perdido la libertad y hasta la alegría de usar esta expresión. Varias veces se lo he «reclamado» a nuestros teólogos, que por una docilidad explicable en medio de ciertas persecuciones que estos buenos teólogos de América Latina vienen sufriendo,  se vieron obligados a renunciar a una expresión llena de sentido y de legitimidad.

Si decimos «Iglesia jerárquica», con más razón podemos decir «Iglesia popular». Por dos motivos: la Iglesia «tiene» jerarquía, pero «es» pueblo, pueblo de Dios. La jerarquía es minoritaria en la Iglesia, es un servicio a la Iglesia y, a partir de la Iglesia, al mundo. Mientras que el pueblo, ese pueblo de Dios, es la inmensa mayoría.

Por otra parte, hablar de Iglesia popular significa hablar de una «Iglesia en la base», donde están los pobres. Una Iglesia en el lugar donde se puso Jesús. Una Iglesia en el pueblo que se reconoce, que recobra su identidad, que asume su proceso.

Para nosotros, en esta América Latina, hablar de pueblo prácticamente es hablar de pueblo en proceso histórico. Más aún, pueblo en proceso histórico de liberación. En Brasil, por ejemplo, en los encuentros  de  pastoral,  de  teología  o  de  trabajo  popular,  etc.,  distinguimos  normalmente  entre «masa» y «pueblo». Masa, pueblo, comunidad, liderazgo…

Bíblicamente hablando, el pueblo de Dios, «el pueblo que no era pueblo y que  ahora  es pueblo»… «Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios»…

En fin, se trata de una expresión tan hermosa que yo hago votos porque sea recobrada, sin rubores, sin ceder a incomprensiones, que podrán partir de la mejor buena voluntad, pero que ciertamente no parten de lucidez teológica ni de visión comprometida pastoral, y que posiblemente, sin querer, están haciendo el juego a los que no quieren que el pueblo sea pueblo, a los que no quieren que la Iglesia sea pueblo, a los que no quieren que el pueblo se haga Iglesia…

Yo diría algunos sinónimos de Iglesia popular: Iglesia comunitaria, Iglesia participativa, Iglesia realmente inculturada, Iglesia autóctona. Creo que se trata de valores indispensables en la verdadera Iglesia de Jesús.

 -¿Iglesia popular e Iglesia de los pobres serían términos semejantes?

 Iglesia popular sería la Iglesia de los pobres conscientes, que se organizan, en proceso, en fermento de liberación…

 – Dice Leonardo Boff que Iglesia popular no se opone a Iglesia jerárquica, sino a Iglesia  burguesa…

Evidente. Y se opone también a Iglesia clerical, en el sentido peyorativo de  la palabra (una Iglesia clericalizada). La Iglesia popular acaba siendo la Iglesia pueblo de Dios, que opta realmente por los pobres, que se pone en su lugar, que toma partido por ellos, que asume su causa y sus procesos. Una Iglesia también que tira de la jerarquía y del clero, tira de la teología, tira de la liturgia, tira del mismo derecho canónico y les hace bajar en una kénosis histórico-pastoral  al lugar en que realmente se puso Jesús, que es el mismo pueblo.

¿«Iglesia burguesa» sería una contradicción?

 Evidente, evidente.

 – No puede existir una Iglesia burguesa?

Pregunto: ¿cuál sería el real código canónico evangélico de la Iglesia? Y  respondo: el mandamiento nuevo, las bienaventuranzas. En una Iglesia burguesa, Iglesia de privilegio, Iglesia de explotación de las mayorías, Iglesia de expulsión de las mayorías… ¿caben las bienaventuranzas? Una Iglesia burguesa ya no sería la Iglesia de Jesús.

– ¿Es que el bautismo, la conversión, exigirían cambiar de clase?

Pregunto: ¿no es acaso el bautismo un sumergirse en la pascua, en la muerte, en  la resurrección? Ese sumergirse en la muerte de Jesús, evidentemente, ha de ser la muerte del egoísmo, la muerte del privilegio acumulativo y excluidor. Y, en ese sentido, la muerte a una vida burguesa. Una vida burguesa es una vida pecaminosa, estructuralmente pecaminosa.

 – ¿Qué responderías a la objeción de que la Iglesia es para todos, de que está por encima de las opciones políticas?

Respondería que Cristo también vino para todos, y optó por los pobres. Y condenó a los ricos. Y rechazó el privilegio. Y fue sentenciado, torturado, ejecutado y colocado en la cruz por los poderes del latifundio, de la ley, del imperio.

No es posible pensar que el Evangelio sea para todos por igual. Lo peor que se podría decir del Evangelio es que  el Evangelio es neutro. Yo suelo decir: el Evangelio es para todos, a favor  de  los pobres y contra los ricos. Y me explico.

A favor de los pobres en lo que tienen ellos de pobreza evangélica, y contra la marginación y quizá la desesperación en que les toca vivir. Y contra los ricos: contra la posibilidad, la capacidad que ellos tienen de vivir en un privilegio que expolia a la inmensa mayoría de los hermanos, contra la capacidad de explotar a esos hermanos, contra la insensibilidad en que  ellos viven, contra la idolatría en que ellos están sumidos.

El rico, normalmente hablando, está excluido del Reino de los cielos. Sólo puede entrar en él si deja de ser rico.

Del libro “Sobre la Opción por los Pobres”. Varios autores. Coordinador: José María Vigil.

 

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1 de marzo de 2020

Las causas de Casaldáliga

Creada por la asociación que Casaldáliga y su equipo fundaron en 1974 en São Félix do Araguaia, esta iniciativa persigue mejorar la alimentación y nutrición de las familias que viven en el campo, al tiempo que ser una forma de obtener ingresos para los campesinos y Pueblos Indígenas que viven en esta región de la Amazonía brasileña.

El proyecto lo denominamos “Araguaia Pulpa de Frutas”, pues consiste en incentivar y apoyar el plantel de árboles frutales en el campo, para luego recolectar la fruta y llevarla a una pequeña industria donde fabricamos pulpa congelada. Esa pulpa (extracto concentrado) se venda en el mercado regional y se usa para hacer zumo natural, que es muy consumido en Brasil.

La fábrica existe de forma estructurada desde 2005 y produce pulpas naturales congeladas de 20 frutas autóctonas y cultivadas en la región por pequeños campesinos o cosechadas por los Pueblos Indígenas.

El proyecto pretende, por tanto, ayudar a estructurar una cadena productiva basada en las frutas ecológicas, en la inclusión de todas las famílias y pueblos y en la conservación ambiental.

Anualmente, cerca de 250 personas en situación de exclusión consiguen una parte de sus ingresos a través del proyecto «Araguaia Pulpa de frutas» y se dedican a plantar o cosechar frutas.

Además de las frutas recolectadas ne las huertas y los campos donde hay plantaciones, como el Mango, la Piña, la Guayaba, la Fruta-de-la-pasión, etc, muchas familias plantan frutas autóctonas, que sólo crecen aquí, como el Pequi, la Bacaba o la Mangaba. En el “varjão”, como se denominan las zonas bajas que se inundan en época de lluvias, las familias recogen también frutos muy tradicionales, que crecen espontáneamente, como el Murici o el Buriti. De este modo, damos un valor económico a las frutas de la región y desincentivamos que se talen o se quemen esos árboles para hacer grandes cultivos.

“Recogemos la fruta bajo la lluvia, bajo el sol, con el agua en los tobillos, pero para nosotros es muy gratificante cosechar esta fruta,… la limpiamos, la ordenamos bien. Y el dinero es una bendición, puedo pagar mis facturas”, dice una de las agricultoras familiares implicadas en el proyecto.

Cada año, se realiza una verdadera operación logística en el asentamiento Dom Pedro, donde viven más de 400 familias, durante la cosecha del caju (anacardo). La comunidad se organiza para preparar la cosecha y para llevar la fruta hasta la fábrica. Para ayudarles, desde la asociación hemos establecido siete puntos de recogida, con congeladores y balanza, para que las familias puedan ir llevando sus frutas.

Así conseguimos que cada año, muchas familias se dediquen a la cosecha del anacardo (caju) de temporada.

Las pulpas producidas en la fábrica se venden en los supermercados y restaurantes de la región.

Los residuos de las frutas que salen de la fábrica de pulpa se utilizan en el vivero que tenemos en el pueblo: primero, para hacer compost; pero, además, empleamos las semillas de las frutas ya exprimidas, para hacer plantones que, una vez crecidos, vuelven a la tierra, para aumentar las plantaciones de árboles.

Otra actividad interesante es que la fábrica y el vivero, como son los únicos que hay en la región, reciben cada año la visita de estudiantes en prácticas, que tratan de aprender las técnicas de agricultura ecológica que utilizamos.

En los últimos años, la fábrica de pulpa de fruta se ha modernizado para mejorar su capacidad de apoyo a los campesinos y poder atender el aumento de frutas que llegan. Así, con algunas ayudas solidarias, hemos conseguido comprar una máquina para automatizar el envasado de las pulpas y hemos renovado el espacio de la indústria para poder mover cargas pesadas.

Al mismo tiempo, hemos diseñado nuevos envases y producido nuevos materiales publicitarios. De este modo, la intención es aumentar las ventas de pulpa, llegando al mercado regional de una manera más sólida.

Poco a poco, con todas las dificultades que supone desarrollar un proyecto de estas características en la distante Amazonía, el proyecto avanza hacia su mayor reto futuro: hacer que la fruta ecológica y el extractivismo de frutas autóctonas sean posibilidades reales de vivir de la tierra para los agricultores familiares de la región.

Está claro que una intervención decisiva y dirigida por parte de los poderes públicos sería necesaria para un cambio masivo, y que el proyecto por sí solo no tiene, ni debería tener, esta capacidad. Pero Araguaia Pulpa de Frutas, conjuntamente con otras iniciativas que se están haciendo en la Amazonía, es una pieza que contribuye, de manera real y local, la construcción de este mayor reto.

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Hoy, en su 92 años cunpleaños, continua iluminando el camino de compromiso, lucha y esperanza.

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16 de febrero de 2020

La vida de Pedro Casaldáliga

Celebramos tu vida entregada caminando junto a la humanidad más empobrecida.

Celebramos tu poesía que canta la ternura y la denuncia como sacramento al servicio de la Vida.

Celebramos tu pasión por la Utopía, late-motiv de tu existir.

Celebramos tu testimonio hecho mensaje en Jesús de Natzaret, acompañando a la liberación de todos los pueblos oprimidos.

Con alegría queremos celebrar también hoy tu profunda mística que nos muestra a Dios en el rostro del empobrecido, ninguneado.

Y queremos dar gracias por tu vida vivida, espejo de un amor mas allá de la entrega; tu canto de liberación más allá de ti mismo.

Gracias por la trascendencia de tu pisar sobre esta tierra roja acompañada siempre de profunda realidad y compromiso.

Gracias por tu Esperanza, que nos enseña que más allá de todo, es posible creer y esperar en la humanidad que está llegando.

Desde lo mas profundo de tu martirial silencio, nos convocas a todos a trabajar por el Reino aquí y ahora, y aunque tu palabra esté hoy aprisionada en sagrado silencio, sigue iluminando do nuestro camino.

Gracias Pedro, hermano, maestro y amigo.

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