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Quedan los pobres y Dios

Quedan los pobres y Dios

Quedan los pobres y Dios

En palabras al final de sus días, Pedro Casaldáliga nos decía: “opten por los pobres. Opten verdaderamente por los pobres”. Sin embargo, ¿sabemos realmente lo que eso implica? Él mismo lo explicaba.

9 de diciembre de 2021

Las causas de Pedro Casaldáliga

La Opción por los Pobres sigue siendo la opción por los pobres, textualmente.

Quiero decir: sigue siendo una conciencia de que los pobres son la opción del mismo Dios, el Dios de Jesús. La biblia entera, y, sobre todo, la palabra, la vida, la muerte y la resurrección de Jesús, nos confirman en esta conciencia teológica, teologal, de que Dios optó, opta y seguirá optando por los pobres, sus hijos -mayoría- prohibidos de ser plenamente humanos, por sistemas de prepotencia y de marginación

La opción por los pobres es «para los pobres»: fundamentalmente, los que no tienen, los que no pueden, aquellos que viven las «carencias» de la vida normal, económicamente: falta de tierra, de vivienda, de salud, de educación, de participación. Los prohibidos de vivir plenamente su dignidad de personas, hijos e hijas de Dios, hermanos y hermanas.

Optar significa siempre «volverse hacia», entregarse, comprometerse.

Cuando se opta por los pobres se opta contra las causas, las estructuras, los sistemas que hacen pobres a los pobres y les impiden vivir con dignidad esa condición humana, histórica, de hijos e hijas de Dios, hermanos y hermanas.

Hoy la OP es de mayor actualidad. Por dos motivos. Los pobres son más en número, en América Latina, en todo el tercer mundo. Y son más pobres; es mayor el empobrecimiento […].

Es más actual también hoy la OP porque hay muchos intereses que quieren desactualizarla.

Entre los poderosos, evidentemente, pero también en la conciencia o cansada o dormida o egoísta de muchos cristianos. Son muchos los que están cansados -dicen- de oír hablar de la opción por los pobres. (A mí me gusta responderles que seguramente los pobres están mucho más cansados de ser pobres).

Simultáneamente, esta opción se ha hecho más actual porque se ha hecho también más dialéctica. Este cansancio, estas ganas de marginar la misma opción, de considerarla como ya pasada, por un lado, y por otro lado, el movimiento ascendente de conciencia popular -en América Latina de un modo muy especial, en todo el tercer mundo, y en los sectores solidarios de la sociedad del primer mundo, los medios de comunicación con sus bienes y sus males- nos facilitan también esta conciencia.

Podríamos decir de un modo global que las mayorías oprimidas, prohibidas, marginadas (como pobres, económicamente tales; como culturas, hasta ahora consideradas subculturas, culturas menores, culturas al margen) están adquiriendo una conciencia clara no sólo de sus derechos, iguales a los derechos de cualquier otro pueblo o cultura, o de cualquier otra persona humana; están adquiriendo la conciencia de su protagonismo en la historia.

 

Los teólogos y los sociólogos de la liberación nos han hablado con frecuencia de «la lógica de las mayorías». Podríamos, deberíamos hablar hoy de la conciencia creciente de las mayorías y del protagonismo de las mayorías. De un modo difuso unas veces, de un modo más consciente otras, se siente, se palpa en la vida social la reivindicación de la igualdad entre los varios sectores de cada país y de los países o naciones entre sí.

Siguen ahí las estructuras (la ONU misma, el FMI, el Banco Mundial) marginando, excluyendo y esa misma exclusión crea una conciencia mayor de la iniquidad del sistema sociopolítico-económico que se nos ha impuesto, como exasperación, como el «no va más» del capitalismo, transnacionalizado, que hace de la sociedad humana un mercado simplemente, que proclama el derecho exclusivo de una minoría insignificante, y justifica la inmensa exclusión de la inmensa mayoría.

Al revés de lo que la propia Biblia -Palabra de Dios- con respecto al «resto de Israel» -un resto sacramental de la humanidad toda, progresivamente liberada y salvada- el neoliberalismo proclama el derecho y el futuro de un resto que excluye al otro resto mayoritario, inmenso, de la humanidad.

El triunfo del neoliberalismo coincide -es causa en parte, en parte efecto- con la caída del socialismo real, con el retroceso -o la transición por lo menos- de ciertas revoluciones sociales, políticas, más radicales.

El pragmatismo del neoliberalismo se asienta feliz sobre el desmoronamiento de muchas utopías. Y ese pragmatismo, que tiene en sus manos la economía, los medios de comunicación, fácilmente se justifica en la conciencia inmadura, o cansada, o fatalista, de muchos, el que las cosas sean así.

La derechización de la economía es también, con mucha frecuencia, de las Iglesias, de las religiones. El «no va más» proclamado por el neoliberalismo, de un modo conformista o de un modo fatalista, acaba también siendo con mucha frecuencia el no va más de una aceptación del mismo pueblo.

En la Iglesia, en las últimas décadas, más fundamentalmente a partir del pontificado de Juan Pablo II, estamos viviendo una involución, un auténtico conservadurismo eclesial, eclesiástico.

También el Concilio Vaticano II fue una auténtica revolución eclesial y abrió el horizonte para muchas utopías, dentro y hasta fuera de la Iglesia.

De unos años para acá se le vienen recortando las alas a esta utopía que nos abrió el Concilio Vaticano II.

En América Latina, como en ninguna otra región del mundo, el Concilio levantó el eco y la praxis de Medellín y Puebla. En nuestra Iglesia latinoamericana, el Concilio se encarnó, se ubicó, en una teología nueva, propia, la teología de la liberación; en una pastoral explícita de múltiples pastorales que llamamos «específicas» que significaban fundamentalmente la acogida, el clamor de las mayorías marginadas y de los varios sectores de esa marginación: indígenas, negros, campesinos, mujeres, menores, migrantes.

La utopía se hizo carne y sangre de nuestra iglesia, y muy particularmente de las bases mayoritarias de nuestra Iglesia; de un modo más concreto en las propias comunidades de base.

Es curioso recordar con qué obsesión se quiere pulir, perfilar, condicionar, la opción por los pobres, añadiéndole aquél «ni exclusiva ni excluyente», y se olvida que la economía, la política, la sociedad en sus estructuras y en sus poderes, son cada vez más exclusivas y excluyentes.

Hoy, como nunca, la opción por los pobres debería ser radical. Debería ser al servicio de las mayorías, incluyendo también -eso sí, y con mucha lucidez, y hasta las últimas consecuencias- la opción por los pobres «otros», la opción por las culturas -valga la palabra- «empobrecidas» por ser prohibidas, marginadas, desconsideradas.

No es que todo sea oscuro, ni es que podamos aceptar el pesimismo como horizonte. De un modo difuso, informal -como se da la economía informal en la sociedad- en la misma sociedad y en la Iglesia muy concretamente, dentro del movimiento popular social o eclesial, hay una conciencia, una organización y una praxis alternativa y ascendente de los mismos pobres.

De la opción por los pobres, pues, quedan los pobres y queda el Dios liberador de los pobres.

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21 de enero de 2020

La obra de Pedro Casaldáliga

En esta hora kairós de mundialización y de madurez de conciencia, que es, simultáneamente, una hora nefasta de nuevas prepotencias, de macrodictaduras, de fundamentalismos y de radicalizaciones, se nos impone, como un don y como una conquista, el diálogo, interpersonal, intercultural, ecuménico y macroecuménico.

Un diálogo de pensamientos, de palabras y de corazones.

No la mera tolerancia, que se parece demasiado a la guerra fría, sino la convivencia cálida, la acogida, la complementariedad.

Esos procesos de cambio, que son sueño y misión, reclaman de todos nosotros y nosotras, cristianos o no, una fuerte espiritualidad, una mística de vida.

Cada cual la vivirá según la respectiva fe, pero sin esa espiritualidad no se hace camino.

Pensando en ello, y a raíz del retiro espiritual que celebramos cada año, el equipo pastoral de la Prelatura, a orillas del Araguaia, en aquel cerro acogedor de Santa Terezinha, yo resumía así esa espiritualidad, tan nueva y tan antigua, como espiritualidad de:

1. Contemplación confiada

 

Abriéndose más gratuitamente al Dios Abbá, que es, por autodefinición suprema, misericordia, amor.

Una contemplación, más necesaria que nunca en estos tiempos de eficiencias inmediatas y de visibilidades

Confiada, digo, porque tengo la impresión de que vuelve –o quizás nunca se fue- la religión del miedo, del castigo, de la prosperidad o del fracaso, según como uno se las haya con Dios. Nos falta, pues, confianza filial, infancia evangélica, la descontraída libertad de los pequeños del Reino.

 

2. Coherencia testimoniante

 

Ya se ha repetido hasta la saciedad que vivimos en la civilización de la imagen; que el mundo quiere «ver».

El testimonio fue siempre una especie de definición del ser cristiano: “seréis mis testigos”, decía Él por toda recomendación, por todo testamento.

Y ese testimonio, hoy más que nunca, cuando todo se ve y todo se sabe, ha de ser coherente, sin fisuras, en la vida personal y en la gestión estructural de la Iglesia (que podrá ser una Iglesia católica o evangélica, el Vaticano, una diócesis, una congregación religiosa, una comunidad).

Veracidad y transparencia pide el mundo, tan sometido a la mentira y a la corrupción.

 

3. Convivencia fraterno-sororal

 

A eso se reduce el mandamiento nuevo. Este es el mayor desafío, y el más cotidiano para las personas, para las comunidades, para los pueblos.

Convivir, no coexistir apenas; convivir cariñosamente en fraternura y sororidad; no sólo en tolerancia mutua. Ayudar a hacer agradable la vida.

Ser sal de la tierra debe de significar eso también…

 

4. Acogida gratuita y servicial

 

Capacidad de encuentro y de diaconía. No solamente bajarse del burro y atender al caído cuando por casualidad uno se lo encuentra a la orilla del camino, sino hacerse encontradizo.

Acoger a veces sólo con una palabra o una sonrisa, pero acoger siempre, gratuitamente. Hacer de todos los ministerios y de todas las profesiones aquel servicio desinteresado y generoso que nos proponía el Señor que no vino a ser servido sino a servir.

Es más fácil celebrar una Eucaristía ritual que ejercer el lavapiés comprometido.

 

5. Compromiso profético

 

Sigue siendo la hora y quizá más que nunca de comprometerse proféticamente contra el dios neoliberal de la muerte y la exclusión y a favor del Dios del Reino de la Vida y de la Liberación.

Hay que sacar de la fe todo su jugo político. Hay que vivirla militantemente, transformadoramente.

Hacer de la profecía una especie de hábito connatural -fruto específico del bautismo para los cristianos y cristianas- de denuncia, de anuncio, de consolación.

La caridad sociopolítica es la forma de caridad más estructural. Va a las causas, no sólo a los efectos. Cuida la Vida. Transforma la Historia. Hace Reino.

 

6. Esperanza pascual

 

Después de “la muerte de Dios” y “la muerte de la Humanidad”, en esa posmodernidad fácilmente sin sentido y ya en el “final de la historia”, parece que la esperanza no tiene mucho que hacer. ¡Hoy más que nunca se impone la esperanza! Ella es la virtud de los “después de”.

“Contra toda esperanza” (productivista, consumista, inmediatista, pasiva), esperamos.

Debemos proclamar humildemente pero sin complejos nuestra esperanza pascual y escatológica. Y debemos hacerla creíble aquí y ahora. Porque esperamos, actuamos. El tiempo y la historia son el espacio sacramental de la esperanza.

 

Pedro Casaldáliga, Carta Cirular de 2002.

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¿Qué es la Teología de la Liberación?

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Pedro Casaldáliga nos lo contaba en una entrevista de José Ramón González Parada, de 2007, en la revista Viento Sur.

«La teología de la liberación es teología, trata de Dios, de las relaciones con Dios, es teología cristiana. Y es de la iglesia católica, sólo que tiene unas características, el lugar y la hora en que se explicita: en América Latina, en las décadas de la revolución, de la reivindicación de la autonomía, de la reivindicación frente a la dependencia; e insiste en sacar las consecuencias sociales y políticas que el auténtico evangelio también concibe: el compromiso de los cristianos y cristianas en la transformación de la sociedad.

La consigna: Ser Libres

Queremos una liberación integral, la liberación de la ignorancia, la liberación del miedo, la liberación del egoísmo y del pecado, y también la liberación de las opresiones económicas y sociales que degraden la dignidad de la persona humana. En este sentido es una teología también política, porque alcanza e incide las estructuras políticas y sociales. Los profetas –que acabaron todos mal- se levantaron contra los reyes, contra los invasores y anunciaron al pueblo de Dios sus derechos, su libertad.

Jesús optó por los pobres, contestó a los poderosos del templo, del latifundio, del imperio, y claro….Jesús fue político, más que político.

No fue diputado, no fue senador, no fue presidente de la república, pero vivió y anunció el reino de Dios, la justicia, la fraternidad, la libertad, la cultura propia, según la etnia de cada cual.

El método: La acción

Ahora bien, la teología de la liberación no se queda en pensamiento, en libros, en conferencias, respalda la espiritualidad de la liberación, la pastoral de la liberación, y de ahí surgen esas varias pastorales, la de la tierra, la del indio, la de la mujer marginada, de la infancia, de la comunicación, de la vivienda. Todas esas pastorales que desbrozan una opción por el pueblo.

El comienzo: lo social y lo económico

Esas pastorales siguen teniendo vigencia en esta época. Las comunidades eclesiales de base, que son típicas de la teología de la liberación, están ahí. Sólo que para los medios de comunicación la teología de la liberación no tiene el gancho que tenía treinta años atrás, pasó la novedad.

Yo recuerdo que llegaban los periodistas y me decían, Don Pedro, disculpe, que es eso de la “teoría” de la liberación; eran momentos muy críticos para la sociedad y para la iglesia, tenía novedad, ahora no tiene, pero sigue existiendo. Más aún, en los primeros años de la teología de la liberación se diferenciaba evangelio y política.

La evolución: las causas

Posteriormente se fueron añadiendo sectores protagonistas que habían sido un poco anulados, la mujer, el negro, el indígena, dar valor a la cultura, dar valor a la etnia. En un primer momento la revolución se preocupaba de lo político-económico.

O sea que la teología de la liberación se ha enriquecido con esos movimientos sectoriales, y además ha enriquecido el diálogo ecuménico, el diálogo entre las religiones.

Hoy día el diálogo es macroecuménico; con el fenómeno de la emigración ……hace treinta años quien pensaba en el mundo musulmán?

Una definición

Tomamos prestada la explicación que José Manuel Vidal nos ofrece en Religión Digital:

«La Teología de la Liberación (TdL) es una corriente teológica integrada por varias vertientes cristianas, nacida en América Latina que venían ya fraguándose como hemos señalado y se consolidaron tras el Concilio Vaticano II (1959-1962) y su aplicación para América Latina en la I Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Medellín (CELAM,Colombia, 1968) y las Comunidades Eclesiales de Base (CEB) que surgieron en Brasil en los años 60.

Corrientes coincidentes al decir que el Evangelio exige la «opción preferencial por los pobres» echando mano delas ciencias humanas y sociales como método de apoyo a esa opción evangélica, en una época que estaba dominada por la «Revolución Cubana» y la «Guerra Fría».

Para saber más

Dejamos a quién esté interesado, unas lecturas recomendadas, sin pretender ser exhaustivos ni demasiado académicos para profundizar más:

Historia Breve de la Teología de la Liberación (1962-1990), de Roberto OLIVEROS MAQUEO SJ, em Castellano.

O que é Comunidade Eclesial de Base. Frei Betto, en Portugés.

La opción por los pobres en la busqueda del Reino y su justicia. Leo Burone, en Castellano.

Y, más que citar aquí la cantidad de obras que existen sobre el tema, os recomendamos pasar por la Biblioteca de la página amiga Servicios Koinonía.

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