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El mensaje del Papa a los movimientos sociales

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El Papa Franscisco pide un nuevo modelo económico que incluya a todas las personas y reconoce el papel fundamental de los más humildes.

20 de abril de 2020

Las causas de Pedro Casaldáliga

A los hermanos y hermanas de los movimientos y organizaciones populares.

Queridos amigos:

Con frecuencia recuerdo nuestros encuentros: dos en el Vaticano y uno en Santa Cruz de la Sierra y les confieso que esta «memoria» me hace bien, me acerca a ·ustedes, me hace repensar en tantos diálogos durante esos encuentros y en tantas ilusiones que nacieron y crecieron allí y muchos de ellas se hicieron realidad. Ahora, en medio de esta pandemia, los vuelvo a recordar de modo especial y quiero estarles cerca.

 En estos días de tanta angustia y dificultad, muchos se han referido a la pandemia que sufrimos con metáforas bélicas. Si la lucha contra el COVID es una guerra, ustedes son un verdadero ejército invisible que pelea en las más peligrosas trincheras. Un ejército sin más arma que la solidaridad, la esperanza y el sentido de la comunidad que reverdece en estos días en los que nadie se salva solo. Ustedes son para mí, como les dije en nuestros encuentros, verdaderos poetas sociales, que desde las periferias olvidadas crean soluciones dignas para los problemas más acuciantes de los excluidos.

 Sé que muchas veces no se los reconoce como es debido porque para este sistema son verdaderamente invisibles. A las periferias no llegan las soluciones del mercado y escasea la presencia protectora del Estado. Tampoco ustedes tienen los recursos para realizar su función. Se los mira con desconfianza por superar la mera filantropía a través la organización comunitaria o reclamar por sus derechos en vez de quedarse resignados esperando a ver si cae alguna migaja de los que detentan el poder económico. Muchas veces mastican bronca e impotencia al ver las desigualdades que persisten incluso en momentos donde se acaban todas las excusas para sostener privilegios. Sin embargo, no se encierran en la queja: se arremangan y siguen trabajando por sus familias, por sus barrios, por el bien común. Esta actitud de Ustedes me ayuda, cuestiona y enseña mucho.

Pienso en las personas, sobre todo mujeres, que multiplican el pan en los comedores comunitarios cocinando con dos cebollas y un paquete de arroz un delicioso guiso para cientos de niños, pienso en los enfermos, pienso en los ancianos. Nunca aparecen en los grandes medios. Tampoco los campesinos y agricultores familiares que siguen labrando para producir alimentos sanos sin destruir la naturaleza, sin acapararlos ni especular con la necesidad del pueblo. Quiero que sepan que nuestro Padre Celestial los mira, los valora, los reconoce y fortalece en su opción.

 Qué difícil es quedarse en casa para aquel que vive en una pequeña vivienda precaria o que directamente carece de un techo. Qué difícil es para los migrantes, las personas privadas de libertad o para aquellos que realizan un proceso de sanación por adicciones. Ustedes están ahí, poniendo el cuerpo junto a ellos, para hacer las cosas menos difíciles, menos dolorosas. Los felicito y agradezco de corazón. Espero que los gobiernos comprendan que los paradigmas tecnocráticos (sean estadocéntricos, sean mercadocéntricos) no son suficientes para abordar esta crisis ni los otros grandes problemas de la humanidad. Ahora más que nunca, son las personas, las comunidades, los pueblos quienes deben estar en el centro, unidos para curar, cuidar, compartir.

Sé que ustedes han sido excluidos de los beneficios de la globalización. No gozan de esos placeres superficiales que anestesian tantas conciencias. A pesar de ello, siempre tienen que sufrir sus perjuicios. Los males que aquejan a todos, a ustedes los golpean doblemente. Muchos de ustedes viven el día a día sin ningún tipo de garantías legales que los proteja. Los vendedores ambulantes, los recicladores, los feriantes, los pequeños agricultores, los constructores, los costureros, los que realizan distintas tareas de cuidado. Ustedes, trabajadores informales, independientes o de la economía popular, no tienen un salario estable para resistir este momento… y las cuarentenas se les hacen insoportables. Tal vez sea tiempo de pensar en un salario universal que reconozca y dignifique las nobles e insustituibles tareas que realizan; capaz de garantizar y hacer realidad esa consigna tan humana y tan cristiana: ningún trabajador sin derechos.

También quisiera invitarlos a pensar en «el después» porque esta tormenta va a terminar y sus graves consecuencias ya se sienten. Ustedes no son unos improvisados, tiene la cultura, la metodología pero principalmente la sabiduría que se amasa con la levadura de sentir el dolor del otro como propio. Quiero que pensemos en el proyecto de desarrollo humano integral que anhelamos, centrado en el protagonismo de los Pueblos en toda su diversidad y el acceso universal a esas tres T que ustedes defienden: tierra, techo y trabajo. Espero que este momento de peligro nos saque del piloto automático, sacuda nuestras conciencias dormidas y permita una conversión humanista y ecológica que termine con la idolatría del dinero y ponga la dignidad y la vida en el centro. Nuestra civilización, tan competitiva e individualista, con sus ritmos frenéticos de producción y consumo, sus lujos excesivos y ganancias desmedidas para pocos, necesita bajar un cambio, repensarse, regenerarse. Ustedes son constructores indispensables de ese cambio impostergable; es más, ustedes poseen una voz autorizada para testimoniar que esto es posible. Ustedes saben de crisis y privaciones… que con pudor, dignidad, compromiso, esfuerzo y solidaridad logran transformar en promesa de vida para sus familias y comunidades.

Sigan con su lucha y cuídense como hermanos. Rezo por ustedes, rezo con ustedes y quiero pedirle a nuestro Padre Dios que los bendiga, los colme de su amor y los defienda en el camino dándoles esa fuerza que nos mantiene en pie y no defrauda: la esperanza. Por favor, recen por mí que también lo necesito.

 Fraternalmente,

Ciudad del Vaticano, 12 de abril de 2020, Domingo de Pascua.

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16 de febrero de 2020

La vida de Pedro Casaldáliga

Celebramos tu vida entregada caminando junto a la humanidad más empobrecida.

Celebramos tu poesía que canta la ternura y la denuncia como sacramento al servicio de la Vida.

Celebramos tu pasión por la Utopía, late-motiv de tu existir.

Celebramos tu testimonio hecho mensaje en Jesús de Natzaret, acompañando a la liberación de todos los pueblos oprimidos.

Con alegría queremos celebrar también hoy tu profunda mística que nos muestra a Dios en el rostro del empobrecido, ninguneado.

Y queremos dar gracias por tu vida vivida, espejo de un amor mas allá de la entrega; tu canto de liberación más allá de ti mismo.

Gracias por la trascendencia de tu pisar sobre esta tierra roja acompañada siempre de profunda realidad y compromiso.

Gracias por tu Esperanza, que nos enseña que más allá de todo, es posible creer y esperar en la humanidad que está llegando.

Desde lo mas profundo de tu martirial silencio, nos convocas a todos a trabajar por el Reino aquí y ahora, y aunque tu palabra esté hoy aprisionada en sagrado silencio, sigue iluminando do nuestro camino.

Gracias Pedro, hermano, maestro y amigo.

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Los comentarios –cautelosos o apocalípticos o clarividentes- acerca de la coyuntura proliferan, estos días, en los medios de comunicación. No voy a repetir “lo obvio aullante”. El problema está en saber leer la coyuntura a la luz de los signos de los tiempos, descubriendo causas, intereses, “efectos colaterales”, juegos de vida o muerte para la familia humana.

21 de enero de 2020

La obra de Pedro Casaldáliga

En esta hora kairós de mundialización y de madurez de conciencia, que es, simultáneamente, una hora nefasta de nuevas prepotencias, de macrodictaduras, de fundamentalismos y de radicalizaciones, se nos impone, como un don y como una conquista, el diálogo, interpersonal, intercultural, ecuménico y macroecuménico.

Un diálogo de pensamientos, de palabras y de corazones.

No la mera tolerancia, que se parece demasiado a la guerra fría, sino la convivencia cálida, la acogida, la complementariedad.

Esos procesos de cambio, que son sueño y misión, reclaman de todos nosotros y nosotras, cristianos o no, una fuerte espiritualidad, una mística de vida.

Cada cual la vivirá según la respectiva fe, pero sin esa espiritualidad no se hace camino.

Pensando en ello, y a raíz del retiro espiritual que celebramos cada año, el equipo pastoral de la Prelatura, a orillas del Araguaia, en aquel cerro acogedor de Santa Terezinha, yo resumía así esa espiritualidad, tan nueva y tan antigua, como espiritualidad de:

1. Contemplación confiada

 

Abriéndose más gratuitamente al Dios Abbá, que es, por autodefinición suprema, misericordia, amor.

Una contemplación, más necesaria que nunca en estos tiempos de eficiencias inmediatas y de visibilidades

Confiada, digo, porque tengo la impresión de que vuelve –o quizás nunca se fue- la religión del miedo, del castigo, de la prosperidad o del fracaso, según como uno se las haya con Dios. Nos falta, pues, confianza filial, infancia evangélica, la descontraída libertad de los pequeños del Reino.

 

2. Coherencia testimoniante

 

Ya se ha repetido hasta la saciedad que vivimos en la civilización de la imagen; que el mundo quiere «ver».

El testimonio fue siempre una especie de definición del ser cristiano: “seréis mis testigos”, decía Él por toda recomendación, por todo testamento.

Y ese testimonio, hoy más que nunca, cuando todo se ve y todo se sabe, ha de ser coherente, sin fisuras, en la vida personal y en la gestión estructural de la Iglesia (que podrá ser una Iglesia católica o evangélica, el Vaticano, una diócesis, una congregación religiosa, una comunidad).

Veracidad y transparencia pide el mundo, tan sometido a la mentira y a la corrupción.

 

3. Convivencia fraterno-sororal

 

A eso se reduce el mandamiento nuevo. Este es el mayor desafío, y el más cotidiano para las personas, para las comunidades, para los pueblos.

Convivir, no coexistir apenas; convivir cariñosamente en fraternura y sororidad; no sólo en tolerancia mutua. Ayudar a hacer agradable la vida.

Ser sal de la tierra debe de significar eso también…

 

4. Acogida gratuita y servicial

 

Capacidad de encuentro y de diaconía. No solamente bajarse del burro y atender al caído cuando por casualidad uno se lo encuentra a la orilla del camino, sino hacerse encontradizo.

Acoger a veces sólo con una palabra o una sonrisa, pero acoger siempre, gratuitamente. Hacer de todos los ministerios y de todas las profesiones aquel servicio desinteresado y generoso que nos proponía el Señor que no vino a ser servido sino a servir.

Es más fácil celebrar una Eucaristía ritual que ejercer el lavapiés comprometido.

 

5. Compromiso profético

 

Sigue siendo la hora y quizá más que nunca de comprometerse proféticamente contra el dios neoliberal de la muerte y la exclusión y a favor del Dios del Reino de la Vida y de la Liberación.

Hay que sacar de la fe todo su jugo político. Hay que vivirla militantemente, transformadoramente.

Hacer de la profecía una especie de hábito connatural -fruto específico del bautismo para los cristianos y cristianas- de denuncia, de anuncio, de consolación.

La caridad sociopolítica es la forma de caridad más estructural. Va a las causas, no sólo a los efectos. Cuida la Vida. Transforma la Historia. Hace Reino.

 

6. Esperanza pascual

 

Después de “la muerte de Dios” y “la muerte de la Humanidad”, en esa posmodernidad fácilmente sin sentido y ya en el “final de la historia”, parece que la esperanza no tiene mucho que hacer. ¡Hoy más que nunca se impone la esperanza! Ella es la virtud de los “después de”.

“Contra toda esperanza” (productivista, consumista, inmediatista, pasiva), esperamos.

Debemos proclamar humildemente pero sin complejos nuestra esperanza pascual y escatológica. Y debemos hacerla creíble aquí y ahora. Porque esperamos, actuamos. El tiempo y la historia son el espacio sacramental de la esperanza.

 

Pedro Casaldáliga, Carta Cirular de 2002.

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Pedro Casaldáliga del Llobregat y del Araguaia

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El «otro» mundo

«La primera semana de nuestra estancia en São
Félix murieron cuatro niños y pasaron por casa en
cajitas de cartón, como zapatos, camino de aquel
cementerio sobre el río en el que posteriormente tendríamos
de enterrar tantos otros niños y a tantos
otros adultos, muchos sin caja y
incluso sin nombre «.

Yo creo en la Justícia y la Esperanza. Pedro Casaldáliga, 1975

Siete días en camión desde Sao Paulo. Era en julio de 1968 y los misioneros Pedro Casaldáliga y Manuel Luzón llegaban a las tierras de São Félix do Araguaia, en la Amazonía, a unos 1.200 km al norte de Brasília. Un área del tamaño de todo Portugal, «de ríos y campos y selva, en el noroeste del Mato Grosso, dentro de la Amazonia llamada «legal», entre los ríos Araguaia y Xingu», era su «misión» y terminaría siendo también su tierra.

La región del Araguaia pertenece políticamente al Estado brasileño del Mato Grosso, un área el doble del tamaño de España, pero con 3 millones de habitantes: un «desierto» verde, en el corazón de Brasil, donde la selva amazónica empieza y donde termina uno de los biomas más importantes del mundo (aunque bastante desconocido), llamado Cerrado.

Pedro explica que «lo primero que me llamó la atención, fueron las distancias. Geográficas, sociológicas y espirituales. Era como aterrizar en otro mundo. Había propietarios con hasta un millón de hectáreas de tierra. Era el capitalismo feroz financiado por los militares. Era tierra de nadie, donde nacer y morir era fácil, y donde lo difícil era vivir. Pero era también la tierra de los sueños lucrativos para los ricos «.

Esta es la primera imagen que tenemos de la llegada de Pedro Casaldáliga y Manuel Luzón al Araguaia. Era agosto de 1968 y Pedro tenía 40 años.

Nacer, morir o matar. Los únicos «derechos».

Ante la violencia, la pobreza y la esclavitud, había que decidir: o se estaba junto a los pobres, con todas las consecuencias, o se hacía la vista gorda y se favorecía a los ricos. Como nos cuenta Francesc Escribano: «Allí las posiciones tibias y las medias tintas no sólo son inútiles, sino que también son imposibles. Por ello Casaldáliga tuvo que tomar partido. Lo hizo de manera inequívoca y radical a favor de los pobres y de los oprimidos. «

Esta posición, sin embargo, no era fácil: suponía declarar la guerra, abiertamente, a los terratenientes y, de paso, a los militares. Suponía poner en el punto de mira de la Dictadura aquella Iglesia y las personas que en ella participaban.

«Fue hora de opción, desgarrada opción que violentaba mi propio temperamento, mis ganas naturales de estar a bien con todos, la formación de «mansedumbre» evangélica recibida, la vieja norma pastoral de «no apagar la mecha que aún humea»…desgarro que sigue dejando en tensa cruz la vida de uno «.

La radicalidad de Casaldáliga, sin embargo, no debe confundirse con un «arrebato». Pedro tiene una claridad de ideas absoluta, es cierto; un compromiso inquebrantable, también; pero sobre todo una inteligencia privilegiada que le ha permitido oponerse a los poderosos y proteger a los más débiles. Pedro Casaldáliga es, sobre todo, sabiduría.

Un obispo sin «adornos»

Desde el primer día, Casaldáliga quiso ser un obispo diferente. Decidió no utilizar mitra, ni báculo. El anillo episcopal que lleva es lo que le regalaron los indios Tapirapés. Siempre ha dicho que no quiere ningún lujo o comodidad que no pueda encontrar en las casas de sus vecinos. La vivienda del obispo de Sao Félix, abierta siempre a todos, no tenía tele y hasta que no cumplió 70 años, no tuvo nevera.

La habitación de Pedro Casaldáliga no ha tenido nunca puerta.

Pedro es una persona «normal». Con un sentido del humor brillante y muy «pícaro». Decía Paco Escribano en el mismo artículo del Diario Ara que: «Si tuviera que destacar un rasgo característico de su personalidad, para quedar bien diría la coherencia, la radicalidad, la espiritualidad …, pero la verdad es que lo que siempre me ha sorprendido más de él es su sentido del humor. «

Casaldáliga es capaz de ver más allá, de sentir cosas que los demás no sentimos. De hacernos sentir una intensa ola de renovación interior a los que hemos tenido el privilegio de convivir con él; pero al mismo tiempo, el obispo lava los platos de casa, pone en remojo la ropa sucia o barre el patio de casa con toda naturalidad. La humildad de Casaldáliga está interiorizada y se vive con toda tranquilidad. El lujo, o incluso las comodidades, no son parte de su vida. La pobreza es y ha sido su forma normal de vivir.

El cambio mundial

Pensamos que no es exagerado afirmar que el mundo no es igual después de la vida, la obra y la tarea de Pedro Casaldáliga. Llegando a una región olvidada, donde «no encontramos ninguna infraestructura administrativa, ninguna organización laboral, ninguna fiscalización. El derecho era del más fuerte o del más sucio. El dinero y el 38 imponían su ley» y, 50 años después, encontramos un pueblo vivo, que lucha y se defiende. Unos movimientos sociales que apoyan a los que más sufren y, sobre todo, una sociedad más consciente de los desafíos que enfrenta.

Si hoy podemos hablar con cierta tranquilidad de medio ambiente, de desigualdades, de los pueblos indígenas o de derechos laborales es, en buena parte, gracias al trabajo y la visión de Casaldáliga.

Es cierto que en el Araguaia todavía sufrimos las consecuencias de enfrentarnos con los poderosos. Es cierto que la pobreza y el hambre todavía forman parte de la cotidianidad de esta región. No podemos decir que se ha ganado la guerra. Pero sí que Pedro Casaldáliga ha sido fundamental para que, hoy, sobre todo en América Latina, haya sindicatos, pastorales sociales, ONGs, movimientos asociativos e incluso una Iglesia diferente, que son esperanza.

Cómo está hoy Pedro Casaldáliga

El obispo Pedro continúa viviendo en Sao Félix do Araguaia. Nunca más ha vuelto a Cataluña. Convive desde hace muchos años con el Parquison y, ahora, con 91 años, «no se expresa con profusión de palabras y escritos, que siempre han sido muy marcantes. Y esto ciertamente es un gran sufrimiento. Pero Pedro se comunica de otras formas, con gestos, miradas, apretones fuertes en nuestras manos, y nos da la bendición con los gestos de las suyas. La gente sabe que él está, que es Pedro, y que nos reconoce», nos explicaba la antropóloga y amiga María Julia Gomes Andrade, en la revista Brasil de Fato.

Las más de 500 personas que pasan anualmente por la asociación que él fundó en el Araguaia todavía necesitan mucho apoyo, pero el camino está trazado y su luz está con nosotros!

Pedro continúa siendo inspiración, fuerza y compromiso. Desde el Araguaia trabajamos con la asociación que él fundó en 1974, atendiendo a trabajadores sin-tierra, a campesinos que quieren plantar, a mujeres en situación de vulnerabilidad y a los pueblos indígenas que aún enfrentan muchos desafíos. Pedro está en cada uno de nosotros!

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