En el año 2005, el mundo fue testigo de un evento muy significativo para la Iglesia Católica: el Cardenal Ratzinger fue elegido como el nuevo Papa. En ese contexto, la reconocida emisora Cadena Ser contactó a Pedro Casaldáliga en São Félix do Araguaia para obtener sus reflexiones.
En esta valiosa entrevista, Pedro Casaldáliga, con su característica lucidez y profundidad, analiza el significado del nombramiento de Ratzinger y los desafíos que la Iglesia enfrenta. Su voz, resonante y certera, ofrece una visión crítica sobre cómo las instituciones de gran envergadura, como la Iglesia, solamente pueden experimentar cambios significativos cuando emergen presiones genuinas desde su base.
Las palabras de Pedro Casaldáliga nos invitan a la reflexión pausada y al análisis introspectivo. En tiempos donde las instituciones enfrentan transformaciones y adaptaciones, sus conceptos cobran relevancia. La observación de que los cambios profundos requieren una presión constante desde las bases nos hace considerar el papel crucial de la comunidad y la conciencia colectiva en la evolución de las estructuras institucionales.
Te invitamos a escuchar con detenimiento esta entrevista emblemática, donde Pedro Casaldáliga comparte su visión clara y estimulante. Sus palabras nos ofrecen no solo una perspectiva histórica, sino también un recordatorio atemporal sobre la importancia de la participación activa y la promoción del cambio desde abajo. En un mundo en constante evolución, estas ideas resuenan con una relevancia perdurable.
Escuchemos y reflexionemos sobre las lecciones que nos dejó Pedro Casaldáliga, quien a través de su compromiso y sabiduría, nos inspira a ser agentes de transformación y a considerar cómo nuestras acciones individuales pueden impactar en las instituciones y en la sociedad en su conjunto.
«Conocí a Pedro Casaldáliga en 1970, cuando, con otros tres compañeros, llegamos a São Félix do Araguaia para trabajar en el Gimnasio Estadual de Araguaia». De esta forma comienza este relato de Eunice Dias de Paula, que llegó a la Prelatura de Pedro Casaldáliga con poco más de 20 años y que ha permanecido más de 40 años junto al Pueblo Indígena Apyãwa.
Doctora en Letras y Linguística por la Universidad Federal de Goiás, su opción de vida en la Prelatura de Casaldáliga ha sido fundamental para la valorización, la enseñanza y el uso de la lengua indígena de los Apyãwa (Tapirapé).
Conocí a Pedro Casaldáliga en 1970, cuando, con otros tres compañeros, llegamos a São Félix do Araguaia para trabajar en el Gimnasio Estadual de Araguaia. Esta escuela fue construida por Pedro y su equipo, para atender necesidades educativas urgentes, ya que el analfabetismo predominaba en la región en ese momento. Fuimos yo y otros tres compañeros, jóvenes que habían dejado el seminario claretiano, para comenzar una experiencia que marcaría nuestras vidas. Viviríamos aislados de los grandes centros urbanos e insertados entre una población de culturas ribereñas e indígenas.
Este sistema se rompió con la llegada de latifundios que (…) comenzaron a construir cercas en grandes áreas y a desalojar a los residentes que allí vivían. Incluso se produjo la deportación masiva de algunos pueblos indígenas, como los A’uwẽ Xavante y varios pueblos del Parque Indígena Xingu, para dejar vía libre a los invasores.
El sistema de ordenamiento territorial de laregión antes de la llegada de los claretianos Pedro Casaldáliga y Manoel Luzón, en 1968, tenía cierta similitud con lo observado entre los pueblos indígenas. Los “sertanejos” (campesinos aislados) que habían venido sobre todo de otros estados del Nordeste brasileño, se instalaron en tierras que pertenecían a los pueblos originarios. Siguiendo el curso de los ríos, fueron ocupando poco a poco el espacio sin molestarse en trazar los límites de la propiedad. La mayoría estaban formados por «vaqueros» que criaban ganado en áreas comunes, desprovistas de cercas y que mantenían una fuerte relación de ayuda mutua. Este sistema se rompió con la llegada de latifundiosque, provistos de documentos legales o falsos que acreditaban su propiedad, comenzaron a construir cercas en grandes áreas y a desalojar a los residentes que allí vivían. Incluso se produjo la deportación masiva de algunos pueblos indígenas, como los A’uwẽ Xavante y varios pueblos del Parque Indígena Xingu, para dejar vía libre a los invasores.
Pedro Casaldáliga con la autora de este texto, Eunice, su marido Luiz y su hijo André al poco tiempo de llegar a la comunidad indígena Apyãwa.
Ante este enfrentamiento entre fuerzas desproporcionadas, dado que el latifundio contaba con abundante financiación y un fuerte apoyo del gobierno militar dictatorial, Pedro asumió desde el comienzo una postura: Inmediatamente se puso del lado de los más débiles, de los indígenas, de los migrantes, de los habitantes que empezaban a formar núcleos urbanos y de los peones que fueron traídos de lejos para ser explotados en un régimen de trabajo esclavo en las fincas que se estaban estableciendo.
Hoy en día, es común escuchar a antiguos vecinos de la Prelatura decir: si no fuera por Dom Pedro y la Prelatura, este lugar nuestro ya no existiría. Testimonios como este nos dan una dimensión de lo que Casaldáliga y la Prelatura representaron y representan para esta región del interior de Brasil.
Poco a poco Casaldáliga fue constituyendo su equipo y pronto se convirtió en un punto de apoyo para la gente de la región. Realizaron mejoras en la educación, con la creación del Gimnasio del Estado del Araguaia; mejoraron la atención sanitaria, con la llegada de las enfermeras religiosas; apoyaron a las familias del campo para enfrentar a los grandes terratenientes que llegaban amenazando con expulsar a los habitantes de la región. Hoy en día, es común escuchar a antiguos vecinos de la Prelatura decir: si no fuera por Dom Pedro y la Prelatura, este lugar nuestro ya no existiría. Testimonios como este dan una dimensión de lo que Don Pedro y la Prelatura representaron y representan para esta región del interior de Brasil.
¿Porque Pedro fue un profeta?
Pedro, sin duda, fue un profeta. El profetismo de Pedro se revela por dos lados: en el anuncio de la Buena Nueva a los pobres, a través de los gestos concretos y el testimonio de su vida, simple y austera, y, por otro lado, en la denuncia constante de los actos practicados por los perseguidores de la gente que vivía en la Prelatura.
Las denuncias se hicieron a través de documentos pioneros en la historia de la lucha por la tierra en Brasil como “Esclavitud y Feudalismo en el Norte de Mato Grosso”, redactado incluso antes de su consagración como obispo, y la Carta Pastoral “Una Iglesia en la Amazonía en conflicto con el latifundio y la marginación social”. En la introducción del primer documento, Pedro afirma:
“Escribo esto por deber de conciencia, como imperativo de la más elemental justicia cristiana. En los últimos meses la tragedia ha estallado en tales términos que ya no puede ser silenciada”.
Portada del documento original “Uma Igreja da Amazônia…” que Casaldáliga publicó el mismo día de su consagración episcopal y sacudió Brasil.
La denuncia, para Pedro, parte de la fidelidad al Evangelio, de los preceptos cristianos que abogan por una vida en plenitud para todos. En la Carta Pastoral (1971, p. 40) afirma:
“No podemos aceptar la dicotomía entre evangelización y promoción humana, porque creemos en Cristo, como Señor resucitado que libera a todo el hombre y al mundo entero y nos salva en plenitud: progresiva y dolorosamente aquí en la tierra, definitivamente y con gloria en el cielo”.
Ver a las personas esclavizadas por el latifundio, expuestas a condiciones inhumanas, provocó una profunda indignación en Pedro, expresada también en varios de sus poemas, como en la Confesión del Latifundio:
Por onde passei,
plantei a cerca farpada,
plantei a queimada.
Por onde passei,
plantei a morte matada.
Por onde passei,
matei a tribo calada,
a roça suada,
a terra esperada…
Por onde passei,
tendo tudo em lei,
eu plantei o nada.
La forma de vida de Pedro también fue una proclamación profética. Su casa sencilla, como las demás casas de la región, no recuerda en modo alguno a un “palacio episcopal”. Las puertas están siempre abiertas, acogiendo desde campesionos e indígenas hasta magistrados, políticos, periodistas que lo buscaron. Pedro recibía calurosamente a todos, dejando inmediatamente cualquier trabajo que estuviera haciendo y dedicando toda la atención a quienes lo visitaban.
A los que le decían que sería mejor viajar en avión y evitar estos inconvenientes, Pedro respondía con una sonrisa diciéndoles “en bus se pierde en tiempo, pero se gana en gente”.
Sus viajes siempre los hacía en autobús, lo que le llevaba muchos días en la carretera. En tiempo lluvioso, sobre todo, la carreteras de tierra embarradas provocaban retrasos considerables. A los que le decían que sería mejor viajar en avión y evitar estos inconvenientes, Pedro respondía con una sonrisa diciéndoles “en bus se pierde en tiempo, pero se gana en gente”. Pedro hablaba con los pasajeros todo el tiempo durante el viaje, les preguntaba sobre sus familias, sobre su salud, sobre el trabajo que estaban haciendo. El viaje se convertía en una verdadera visita pastoral.
Pedro Casaldáliga en un viaje por la región del Araguaia (más grande que todo Portugal) en caminón.
El profetismo de Pedro también se manifestó en la experiencia de una Iglesia – Pueblo de Dios, que presupone relaciones horizontales más que jerárquicas. Incluso cuando recibió la invitación para asumir el episcopado, reflexionó con los miembros del equipo pastoral y con su amigo Don Tomás Balduino, si convenía aceptarlo o no. Todos los equipos se reunían 3 veces al año: primero, en una reunión de estudio y programación, denominada “Bolão”, en la que se disponían las sillas en círculo y todos los temas se discutían juntos; segundo, en un Retiro, un tiempo de oración, y luego en una Asamblea Popular, en la que se tomaban importantes decisiones sobre la Prelatura junto con representantes de todas las comunidades. En una de estas Asambleas se elaboró el Manual de la Prelatura que, en su objetivo, incluye las palabras pronunciadas por un campesino:
“Siguiendo a Jesucristo y en fraterna comunión con toda la Iglesia, el objetivo general de nuestra Iglesia de São Félix do Araguaia es vivir y anunciar la Buena Nueva del Evangelio con alegría, humildad y pasión, acoger el Reino de Dios y contribuir aquí en la Tierra en la esperanza del Reino Definitivo”.
Los equipos mixtos, formados por sacerdotes, laicos y religiosas, son otro ejemplo de horizontalidad en la experiencia del servicio al Reino. Las mujeres ejercían la diaconía siempre que era necesario.
¡Es de esta experiencia profundamente evangélica de donde nace el testimonio y el grito profético de Don Pedro Casaldáliga, este hombre sencillo, humilde, frágil, santo que lleva en su poesía y en sus inspiradas palabras la voz, la historia y vida de los pobres de esta tierra!
La solidaridad con otros países de América Latina, la Pátria Grande, también muestra la profunda comunión de Pedro con los desposeídos de nuestro continente. Pedro realizó varias visitas a países centroamericanos que sufrían en las luchas por la liberación. El asesinato de Don Óscar Romero, con quien tenía una fuerte amistad y compromiso con las causas de los pobres, le dejó conmocionado profundamente.
Debido a esta alianza con los empobrecidos, Pedro sufrió muchas amenazas de muerte y persecución por parte de distintos órdenes. Los terratenientes incluso presionaron al Nuncio Apostólico para que lo expulsara de Brasil.
En una actitud acorde con toda su vida, Pedro vivió pobre entre los pobres hasta el final de su vida y fue enterrado en el cementerio de los peones y los indios Karajá a orillas del río Araguaia, como había pedido en vida.
¡Es de esta experiencia profundamente evangélica de donde nace el testimonio y el grito profético de Don Pedro Casaldàliga, este hombre sencillo, humilde, frágil, santo que lleva en su poesía y en sus inspiradas palabras la voz, la historia y vida de los pobres de esta tierra!
Pedro Casaldáliga, obispo y teólogo de profunda convicción, se destacó como un incansable luchador por los derechos humanos. Su legado es una fuente inagotable de inspiración para todos aquellos que buscan construir un mundo más justo y solidario.
Casaldáliga dedicó su vida a defender a los más vulnerables, dando voz a los marginados y denunciando las injusticias sociales.
Su espíritu solidario y su compromiso con la justicia resonaron en cada acción que emprendió. No toleraba el silencio ante las violaciones de derechos humanos ni las desigualdades que azotan a tantas personas en nuestro mundo.
Casaldáliga nos enseñó que no debemos conformarnos con una sociedad injusta. Nos animó a actuar, a levantar nuestras voces y a extender nuestras manos hacia aquellos que más lo necesitan.
«Opten por la militancia social y política, también. Si nuestra fe; nuestra opción por el Reino no se traduce en praxis social y política, entonces nos quedaremos a mitad de camino.»
Pedro Casaldáliga
Su legado nos inspira a ser agentes de cambio, a trabajar incansablemente por un mundo más justo y equitativo. Nos recuerda que cada uno de nosotros tiene el poder de marcar la diferencia en la vida de los demás y nos animó incansablemente a participar de las comunidades y grupos comprometidos con las Causas de la Vida.
Pedro insistía en la necesidad de «luchar», de hacer política en nuestro día a día. No estuvo «simplemente» junto a los más pobres, sinó que se posicionó y se puso de su lado y contra los opresores.
La teología de la liberación ha dicho, y es verdad, que nuestro problema principal no es el ateísmo, es la idolatría del consumismo, del lucro… Por eso digo siempre, y lo dicen otros muchos, que el capitalismo no tiene salvación, no se puede bautizar el capitalismo. Si es capitalismo, es el lucro, la acumulación, el privilegio, la marginación y el dinero por encima de la persona humana, la negación incluso de la propias patrias por causa de las multinacionales y transnacionales.
Pedro Casaldáliga
Sigamos su ejemplo, participemos activamente en las luchas por la liberación, levantemos nuestra voz contra la injusticia social y demostremos solidaridad con quienes están marginados. Como él siempre decía: «con la paz militante del Reino».
¡No dejemos que el fuego interior del compromiso se apague!
El funeral como un encuentro para honrar su memoria y celebrar su legado
Cada mes de agosto, al recordar su resurrección («Si Cristo resucitó, también nosotros resucitamos, es la certeza, lisa y rotunda, de nuestra fe cristiana.»), el legado de Pedro Casaldáliga brilla con una luz aún más intensa. Su partida dejó un vacío inmenso en nuestros corazones, pero también nos inspira a seguir su ejemplo de amor, valentía y compromiso con la Justicia.
El funeral de Pedro Casaldáliga fue un homenaje póstumo lleno de emoción y gratitud. Sus palabras llenas de sabiduría y su incansable lucha por la justicia social nos acompañarán siempre. Su legado perdurará en cada vida que tocó y en cada causa que defendió.
En estos días en que revivimos su despedida, recordemos las enseñanzas de Pedro Casaldáliga: el valor de levantar la voz por aquellos que no pueden hacerlo, la importancia de defender los derechos humanos sin importar las adversidades y la necesidad imperante de construir un mundo más justo y solidario.
Su partida nos recuerda que nuestra existencia tiene un propósito mayor: dejar huella en este mundo, ser agentes del cambio y marcar la diferencia. Sigamos su ejemplo valiente y sincero para convertirnos en mejores seres humanos.
Pedro Casaldáliga vivirá eternamente en nuestros corazones como una llama ardiente que ilumina el camino hacia un futuro más equitativo. En su honor, sigamos trabajando por un mundo donde todos puedan vivir con dignidad y esperanza.
Que el recuerdo de su Pascua sea una despedida emocionante pero también una celebración del impacto positivo que tuvo en nuestras vidas. Honremos su memoria llevando adelante sus ideales con pasión e inspiración.
¡Adelante! Sigamos caminando juntos hacia un mundo mejor, recordando siempre el legado de Pedro Casaldáliga, un hombre que nos enseñó que cada uno de nosotros tiene el poder de cambiar el mundo.
Una visita virtual a su tumba: una invitación al compromiso
A la orilla del Río Araguaia, en el “cementerio de los karajá”, bajo un árbol de pequi, está la tumba sencilla de Pedro Casaldáliga, un túmulo de tierra con una cruz de madera y una pequeña lápida con el poema, en portugués, que él mismo escribió como epitafio: Para descansar yo quiero esto: esta cruz de palo lluvia y sol estos siete palmos [de tierra] y la Resurrección.
En este lugar Pedro había hecho muchos entierros de campesinos y peones despojados de todo, prostitutas, indios y suicidas, y también de cuerpos de personas sin identificar. Hay entre los árboles sepulturas sin nombre, acompañando a la suya. Unos metros más allá, el río enorme avanza silencioso, entre Sao Félix y la ilha do Bananal.
En otro poema, decía Casaldáliga:
Que me entierren en el río cerca de una garza blanca. Lo otro ya será mío Y aquel corriente libre que yo, pasando, pedía, será patria recuperada. <…>
A ese río-vida de Casaldáliga y a esa tumba cuna de la resurrección, les invitamos a visitar hoy, en el aniversario de su Pascua:
El 30 de julio de 1968, Pedro Casaldáliga y Manuel Luzón llegaron a São Félix do Araguaia tras más de una semana de viaje en camión. Su objetivo era fundar una misión claretiana en la Amazonia, pero resultó ser la «misión» de sus vidas. Casaldáliga nunca volvió a Cataluña y la tierra roja de Araguaia se convirtió en su tierra. Este es su testimonio.
Fragmento del libro «Yo creo en la justicia y la esperanza», 1975, que puedes encontrar gratis en español en nuestra web, pinchando AQUÍ
El 26 de enero de 1968, Manuel y yo cambiamos los 11 grados bajo cero de Madrid por los 38 grados sobre cero del aeropuerto de Galeão, en Río de Janeiro. Fue un salto al vacío del otro mundo. Por fin obtuve lo que había soñado, pedido y buscado con insistencia todos los días de mi vida vocacional: «las Misiones», un clima heroico para vivir heroicamente -me dijo entonces, ingenuo y terco y, tal vez, fiel.
Fue en julio de 1968. Llegábamos a un mundo sin retorno.
La Misión tenía 150.000 kilómetros cuadrados, de ríos sertoes y floresta, al noroeste del Mato Grosso, dentro de la Amazonia llamada «legal», entre los ríos Araguaia y Xingu, incluida también la Isla do Bananal que es la mayor isla fluvial del mundo. Sin otra «base» eclesiástica que nuestra casa, de 4 por 8, a orillas del Araguaia, maravilloso y turbio. Sin saber nosotros por dónde empezar, sin saber siquiera quién habitaba la región, donde las distancias de toda especie justificaban todas las indecisiones.
La única carretera que existía se estaba abriendo aún, roja y polvorienta, en la selva y descampados que acabábamos de atravesar, y la «onça», materialmente concreta, tenía pleno derecho de cortarnos el camino, delante del camión. No había un solo médico en el área. No había correo, ni luz eléctrica, ni teléfono ni telégrafo. Había 3 jeeps viejos en todo Sao Félix y eran los únicos coches del lugar. La profesora más calificada era una generosa negra, con apenas año y medio de curso elemental, muchas veces embriagada, que ya había dado clases, protegida de los jaguares y de los indios por hombres armados apostados a la puerta de la escuelilla de paja. El día 15 de agosto comenzaba mi Diario:
Una de las primeras imágenes de la llegada de Pedro Casaldáliga y Manuel Luzón al Araguaia, en agosto de 1968
Vimos de cerca la múltiple y abrumadora presencia de enfermedades y muertes en la región. Verminosis, deshidratación, malaria, hepatitis, tétanos umbilical, todo tipo de enfermedades de la piel… Desnutrición, enfermedad crónica.
El 15 de agosto, escribí en mi diario:
«Quizás, escribía, porque aquí voy a necesitar más que nunca el diálogo interior en medio de tantos silencios’… ‘Llegamos a la Misión el día 30 de julio y ya he pensado y sentido y temido y esperado y gozado muchas cosas. De los hombres, de la naturaleza, de Dios…»
abriéndonos paso a ciegas en las listas de «contraindicaciones ». Y pudimos comprobar de cerca la presencia, múltiple, avasalladora, de la enfermedad y de la muerte, en la región. Verminosis, deshidratación, malaria, hepatitis, tétanos umbilical, toda especie de molestias de la piel… Subnutrición, enfermedad crónica. La primera semana de nuestra estancia en Sao Félix murieron cuatro niños y pasaron por casa en cajitas de cartón, como zapatos, camino de aquel cementerio sobre el río en el que posteriormente habríamos de enterrar a tantos niños —cada familia cuenta con tres, cuatro, hijos difuntos—• y a tantos mayores —muertos o matados—, quizás sin caja y hasta sin nombre.
«Escuchan estas gentes —escribía también en el Diario—, sonríen a veces, callan casi siempre. ¿A qué distancia están, mis palabras, de su alma sencilla, elemental, endurecida por el sufrimiento y el abandono? »…«gente de acarreo, llevada y traída por el oleaje de la pobreza, de la soledad, del crimen, propio o ajeno… (¡del colectivo crimen de la injusticia social!)… Gente sencilla, gente que lleva la cruz… Estos son —a pesar de todo lo que se pueda decir en contrario— los pobres del Evangelio.»
Pedro Casaldáliga y Manuel Luzón, con los indios Xavante recién llegados a la Amazonia, agosto de 1968.
Se imponía una revisión total de criterios y de programas. ¿Por dónde empezar? ¿Qué pedía el pueblo? ¿Qué podíamos hacer nosotros? ¿Qué era ser Iglesia allí? Teníamos una iglesiuca de barro y de uralita, a merced de los tornados. Y mucha superstición. Y la vieja costumbre de las «desobrigas» o visitas de cumplimiento pascual que los Padres hacían en los descampados del Norte y Centro Oeste, de donde venían los moradores de la región. Nosotros mismos habríamos de proseguir con esas desobrigas durante el primer año y medio de Misión; para conocer el terreno y el pueblo que nos había tocado en herencia sacerdotal. Aun no creyendo en la eficacia apostólica de esos «cumplimientos » en que se acumulaban ciento y tantos animales, trescientas personas, casamientos al vuelo, bautizos, confesiones, raptos de muchachas, borracheras, facadas, tiros…
Nacer, morir y matar…. eran los derechos básicos, los verbos conjugados con sorprendente naturalidad.
Fue en esas «desobrigas» donde empezamos a sentir el problema de la tierra. Nadie tenía tierra propia. Nadie tenía un futuro asegurado. Todo el mundo era «retirante», emigrante de otras áreas del país ya castigadas por el latifundio. Todos venían bajando, del Nordeste, del Norte, con sus 8 ó 10 hijos a cuestas, buscando las tierras «generales» sin dueño, y atravesaron un día el Araguaia como quien pasa el Mar Rojo en busca de la Tierra Prometida.
Mato Grosso era, aún es, una tierra sin ley. Alguien lo había clasificado como el «estado curral» del país. No encontramos ninguna infraestructura administrativa, ninguna organización laboral, ninguna fiscalización. El Derecho era del más fuerte o del más bruto. El dinero y el 38 se imponían. Nacer, morir, matar, esos sí, eran los derechos básicos, los verbos conjugados con una asombrosa naturalidad.
La sede de la alcaldía de Sao Félix está, aún hoy, a 700 kilómetros de aquí, en Barra de Garcas. A veces parece que no existimos…
Predominaba el analfabetismo. Y la educación de los hijos, como una salida a un soñado futuro diferente al triste destino de los padres, interesaba más al pueblo que el propio derecho de tener tierra y comer. Desde el primer momento de nuestra llegada, nos llovieron las peticiones: íbamos a dar clase, construiríamos colegio, organizaríamos internado, podíamos quedarnos con los hijos ajenos, adoptarlos y educarlos… No se concebía la presencia de unos Padres o de unas Hermanas que no abordasen ese problema.
Y entonces en enero del 68 vinimos el compañero Manuel Luzón y yo. Hicimos el curso de cuatro meses del CfI (Centro de Formación Intercultural). Si Manuel y yo hubiéramos venido directamente de Madrid al Mato Grosso nos abríamos perdidos. En los cuatro meses, a pesar de estábamos en una dictadura militar, tuvimos profesores muy buenos y charlas muy buenas. Nos leyeron los periódicos en entrelíneas: que los campesinos estaban siendo masacrados, que los indígenas estaban acosados…, y que había muchos brasiles; porque si estás sólo en Sao Paulo en Porto Alegre del Sur, a lo mejor en casa de unos religiosos que tienen la comunidad en el centro de la ciudad, en el barrio más “chic” difícilmente te haces cargo de la situación
Vinimos prevenidos. Por añadidura vinieron varios jóvenes brasileños voluntarios (que sufrieron bastante con nosotros) y nos obligaron a seguir hablando portugués y nos pasaron la cultura (literatura, música, modo de hablar en tal región…). Creo que fue valioso, porque incluso esa vivencia ayudó también a crear el propio signo religioso misionero que tenemos aquí
Casaldáliga y Luzón con el pueblo Xavante, un mes después de su llegada al Araguaia.
No había infraestructura, salud, comunicación, educación, no había prácticamente ningún órgano del gobierno que pudiese atender. Nosotros tuvimos que hacer incluso, y aún ahora lo hacemos, a veces, el apostolado de la suplencia.
Nos tocó vivir esta región que es entrada de la Amazonia, llamada Amazonia legal y nos tocó vivir a la entrada de la dictadura militar. Llegué aquí en el año 68. Era entrada la del latifundio; fue una especie de ensayo de latifundio con los incentivos fiscales que daba el gobierno: industriales del sur se apoderaban de una porción de tierra de estas regiones y recibían los llamados incentivos fiscales, se les dispensaban muchos impuestos, se les permitía comprar maquinaria en el exterior sin gravámenes. Y eso significa tomar una decisión: con el latifundio, con la dictatura, o contra ellos, a favor de las víctimas del latifundio, que eran los indígenas, los peones (trabajadores del propio latifundio) y los “poseeros”, esos campesinos sin tierra que de un modo bastante espontáneo en aquella época, sin organización, sabían que en Mato Grosso, en la Amazonia, había mucha tierra sin nadie y venían. Fueron unos auténticos “desgarradores”, como decimos aquí, porque ellos fueron quienes sufrieron las distancias, falta de infraestructura total. Cundo lanzamos aquella primera carta pastoral el día de mi ordenación precisamente la titulamos: : “Una Iglesia de la Amazonia en conflicto son el latifundio y la marginación social”. No había infraestructura, salud, comunicación, educación, no había prácticamente ningún órgano del gobierno que pudiese atender. Nosotros tuvimos que hacer incluso, y aún ahora lo hacemos, a veces, el apostolado de la suplencia.
Y en la Iglesia estábamos viviendo las consecuencias del Vaticano II y Medellín, que fue prácticamente nuestro Vaticano II. Hubo mucho Espíritu Santo de por medio y gente lúcida, abierta, el clima era bueno, a pesar de toda la violencia.
Se vivió un cierto clima de profecía, de inserción, de superación de barreras. Incluso aquí en Brasil para muchos hablar de comunismo, de marxismo no espantaba tanto, perqué también el propio marxismo aquí en la América Latina se vivió de un modo mucho más popular, mucho menos soviético. Mariátegui, marxista peruano, habla del alma matinal, había mucha poesía marxista latinoamericana y la causa indígena empezaba a sobresalir, a exigir reconocimiento, el mundo negro también. Aquellos sujetos emergentes que hemos dicho en nuestras pastorales.
Querría evocar aquí la memoria de Pedro Casaldáliga, intentando delinear un esbozo de su multifacética figura, concentrándome en tres rasgos de su personalidad: su ser poeta, su ser profeta y su ser pastor. Conjuntando los tres -que se iluminan y retroalimentan mutuamente-, y a modo de “fórmula” introductoria, diría: en la vida de Pedro, la palabra poética se vuelve anuncio y denuncia profética, exteriorizada sin tapujos, como obligación de quien debe pastorear un pueblo pisoteado en su dignidad.
1. Pedro-poeta
En primer lugar y, ante todo, Pedro-poeta: desde allí se autodefinió muchas veces:
“La poesía ha significado y significa mucho en mí. Yo pienso a veces que si yo soy algo es eso, poeta. Y que incluso como religioso y como sacerdote y como obispo, soy poeta. Muchas cosas intuyo, siento, hablo, digo o hago, porque soy poeta. Sabes que para mí la poesía es la palabra emocionada, la realidad intuida y expresada en una palabra emocionada.”
(T. Cabestrero, Diálogos en Mato Grosso con Pedro Casaldáliga, Salamanca, Sígueme 1978, 175).
Poesía, acotaría yo, para cantar la belleza sin pretender disecarla y poesía para gritar tanto dolor sin banalizarlo. Pedro-poeta encontró en el verso-sin- verso su desahogo y nuestro consuelo. Descubrió el logos poético como arma pacífica para defender(se) y explicar(se): “Después de la sangre, la palabra es el «poder» mayor. Por ella uno se dice y dice el Universo, el Prójimo, el Pueblo, la Muerte, la Vida, Dios, cálidamente” (T. Cabestrero, El sueño de Galilea. Confesiones eclesiales de Pedro Casaldáliga, Madrid, Claretianas 1992, 131).
Con la palabra poética en los labios bien abiertos y con los puños apretados, Casaldáliga nombró, rescató y recreó todo (las cosas, la naturaleza, el hombre, sus historias, etc.) desde una profunda experiencia del Misterio -con mayúscula- que lo transformó en un verdadero místico “de ojos abiertos” (J.B. Metz), es decir: aquel que sospecha y descubre a Dios donde parece no estar: en el sin-sentido gris y en el sufrimiento inocente.
Leyendo su poesía, descubro que hay, por una parte, una necesidad inaplazable de decir el Misterio (en lenguaje no dogmático) y, por otra, un pudoroso respeto ante eso Último para evitar manipularlo y no pretender agotarlo ni definirlo. Para iluminar lo primero, en cuanto testigo de un Misterio que lo envuelve, lo desborda y lo impele a comunicar, basta recordar:
“Yo hago versos y creo en Dios.
Mis versos
andan llenos de Dios, como pulmones
llenos del aire vivo”.
¡Primero se declara poeta… y luego creyente! Lo cierto es que Pedro anda lleno de Dios. Sus pulmones, sus entrañas, sus ganas andan llenos de Dios, por eso necesita compartir esa Buena Nueva. Hablando de sí mismo, reconoce:
“Si no hablase uno de Dios y de Jesús su Hijo, se sentiría traidor a sí mismo, mudo, muerto. Salvadas las apostólicas distancias, «¡ay de mí si no evangelizare!», ¡ay de mí si hiciera poesía no evangélica, no evangelizadora!”
(T. Cabestrero, El sueño…, 133).
Corresponde, pues, decir el Misterio porque forma parte esencial de la vida; hay conservarlo, decirlo y callar-se:
EL MISTERIO
Os quedaréis sin la vida
si le quitáis el misterio.
Hay que salvar el aroma
de la madera cortada.
La mano de Dios confina
con las murallas del mundo,
con la esperanza del hombre.
Jugarse el tipo, de gracia,
como los niños que juegan.
Servir bajo el día a día.
Crecer contra la evidencia.
Decir siempre una palabra
última de lucha, para
caer luego de rodillas
en silencio.
Silencio y palabra; palabra y silencio:
“Derramando palabras,
de mis silencios vengo
y a mis silencios voy.
Y en Tus silencios labras
el grito que sostengo
y el silencio que soy”.
Y en ese ir derramando palabras que buscan nombrar al Innombrable, el poeta es consciente del constante riesgo de manipulación en el que corremos al hablar de lo Totalmente Otro:
“¿Cómo dejarte ser sólo Tú mismo, /sin reducirte, sin manipularte?”
Manipulación que muchas veces va de la mano del confundir a Dios con nuestras experiencias y representaciones, siempre nuestras y, por tanto, siempre falibles, siempre balbuceantes, como escribe en una de sus “Antífonas”:
“Voy a decir de ti / mi última palabra. / (Siempre penúltima / y mía siempre)”.
Cuánto para aprender quienes tenemos la posibilidad de hablar de Dios: obispos, sacerdotes, teólogos, catequistas, predicadores… Siempre serán palabras nuestras que interpretan lo Inefable, puesto que en verdad conocemos a Dios… pero lo conocemos como a todas las otras realidades: al modo humano.
Concluyendo esta primera aproximación, quiero citar unas palabras del propio Casaldáliga donde define su vena poética:
“La poesía es la respuesta sensibilizada a todo y a todos, en un encuentro que pulsa el alma y compromete las opciones. Mi práctica poética es “sobre la marcha”: viviendo, tocado por un momento fuerte, emocionado por un encuentro, a partir de una lectura, evocando, soñando el mañana, orando”
(T. Cabestrero, El sueño…, 131).
Una poesía, diría yo, nacida del corazón caminante y amante, y de los pies cansados y desnudos, como sugiere en el poema “Piensa también con los pies”:
PIENSA TAMBIÉN CON LOS PIES
Piensa también
con los pies
sobre el camino
cansado
por tantos pies caminantes.
Piensa también, sobre todo,
con el corazón
abierto
a todos los corazones
que laten igual que el tuyo,
como hermanos,
peregrinos,
heridos también de vida,
heridos quizá de muerte.
“Para mí, todo poeta es un profeta (…) Fíjate que todo poeta ausculta a su pueblo y lo traduce en grito, en clamor. Fíjate que todo poeta le da a su pueblo, en el momento histórico si es un poeta más épico, o a cada miembro de su pueblo en el momento sentimental si es un poeta más lírico, aquella palabra, aquella pista, aquel clima que lo hace vibrar, que lo hace vivir”
(T. Cabestrero, Diálogos…, 175-176).
Ante todo, la escucha y, en un segundo momento, la verbalización, prestando palabras sobre todo a los sin-voz. Poesía que arranca de la historia concreta: desde los pies embarrados y pasando por el corazón conmovido, nace de sus labios la palabra comprometida:
“Por mi vocación personal y por legítima ideología asumida, no creo en poesía neutral. Uno se emociona con ira frente a la injusticia y la miseria y la prepotencia. Uno se emociona con entrañas de compasión delante de los pobres, ante el dolor humano”
(T. Cabestrero, El sueño…, 133-134).
Es esa santa ira la que empuja a un hombre “en el buen sentido de la palabra, bueno” (A. Machado), a lanzar maldiciones como flechas que se disparan contra las injusticias de la historia y que recuerdan los famosos “ayes” -“¡ay de ustedes…!”- del otro profeta, el de Nazaret (cf. Mt 23,13 ss.):
TIERRA NUESTRA, LIBERTAD
(…)
¡Malditas sean
las cercas vuestras,
las que os cercan
por dentro,
gordos,
solos,
como cerdos cebados;
cerrando
con su alambre y sus títulos,
fuera de vuestro amor
a los hermanos!
(¡Fuera de sus derechos,
sus hijos
y sus llantos
y sus muertos,
sus brazos y su arroz!)
¡Cerrándoos
fuera de los hermanos
y de Dios!
¡Malditas sean
todas las cercas!
¡Malditas todas las
propiedades privadas
que nos privan
de vivir y de amar!
(…)
Pero toda esa cruda denuncia que en más de una ocasión ha desenmascarado el pecado y el mal en el mundo (y en la iglesia) se sostiene e ilumina desde un firme horizonte de esperanza:
“La muerte continúa siendo para mí lo más serio de la vida. «Me hace la pascua». En algunos momentos casi me he desesperado, y yo le he preguntado a Dios por qué tantas muertes estúpidas, sin sentido al parecer, muertes de hambre, por distancias, por no tener un mínimo de infraestructura, asistencia médica, etc., por tanta injusticia, «muertes matadas», como se dice aquí, muertes enloquecidas. Por otra parte, claro, es «la pascua del Señor». Yo tengo fe, tengo esperanza…aquí mi esperanza se ha agudizado, se ha afilado como una cuchilla a medida que he ido cortando la carne de la muerte presente. Sólo puedo tener esperanza. No existe otra posibilidad”
(T. Cabestrero, Diálogos…, 100).
Querría iluminar este rasgo de profeta esperanzado con un soneto de los muchos que escribió sobre el tema:
«ENTONCES LO VEREMOS COMO ES»
Porque lo espero a El, y porque espero
que, al encontrarlo, todos nos veamos
restablecidos por el sol primero
y el corazón seguro de que amamos;
porque no acepto esa mirada fría
y creo en el rescoldo que ella esconde;
porque tu soledad también es mía;
y todo yo soy una herida, donde
alguna sangre mana; y donde espera
un muerto, yo reclamo primavera,
muerto con él ya antes de mi muerte;
porque aprendí a esperar a contramano
de tanta decepción: te juro, hermano,
que espero tanto verLo como verte.
Y permítanme subrayar sólo tres notas: el cielo, la felicidad definitiva, el destino último del hombre, no será sólo ver y abrazar a Dios, sino también a todos los que nos precedieron (de un modo particular, a las víctimas de las diversas injusticias): “espero tanto verLo como verte”.
En segundo lugar, esa apuesta al abrazo resucitado se valida en la capacidad previa de morir con esos que han muerto antes de tiempo:
“donde espera
un muerto, yo reclamo primavera,
muerto con él ya antes de mi muerte”,
Y, por último, la invitación que nos hace el poeta a “esperar a contramano / de tanta decepción”, que nos invita a pensar ahora, a cada uno de nosotros, cuáles han sido y son las decepciones -personales e institucionales- con las cuales y a pesar de las cuales seguimos creyendo, esperando y amando…
3. Pedro-Pastor
Y la última perspectiva que quiero compartir en este rápido esbozo de retrato es la de Pedro-pastor, recordando que sólo aceptó ser consagrado obispo cuando se sintió “fraternalmente presionado” y convencido por su propia gente para que accediera a ese ministerio de servicio. Nacido poeta, fue “hecho” obispo, como comenta con sutil ironía:
“Para información de los amigos y sin posible discusión, es bueno hacer constar el parecer nada menos que del Papa Juan Pablo II, quien, además, es poeta: «Es más fácil hacer un buen poeta que hacer un buen obispo». Y lo decía de mí, cuando en su primer viaje al Brasil le dediqué aquel poema «Joáo Paulo, Pedro só». Ya es sabido que el poeta nace. Hasta ahora, a los obispos los hacen.”
(T. Cabestrero, El sueño…, 132)
Desde el inicio, lo simbólico marcó todo el programa de cómo sería su pastoreo: nunca usó báculo, anillo ni mitra “tradicionales”, sino una suerte de remo, un anillo de palmera (tucum) y un sombrero de paja. Elementos todos que hacen referencia a esa tierra indígena oprimida, y que incomodan cuando, todavía hoy, se siguen manteniendo tantos signos que mucho tienen que ver con el Imperio romano de otrora y poco con una iglesia samaritana. Conmovedoras -e imagino que interpelantes para más de un obispo- resuenan las palabras que escribió en la tarjeta de invitación-recordatorio de su consagración episcopal (23-10-1971):
“Tu mitra será un sombrero de paja sertanejo; el sol y el claro de luna; la lluvia y el sereno; la mirada de los pobres con quienes caminas y la mirada gloriosa de Cristo, el Señor. Tú báculo será la verdad del evangelio y la confianza de tu pueblo en ti. Tu anillo será la fidelidad a la nueva alianza del Dios liberador y la fidelidad al pueblo de esta tierra. No tendrás otro escudo que la fuerza de la esperanza y la libertad de los hijos de Dios, ni usarás otros guantes que el servicio del amor”.
Nunca aceptó ser llamado con esos títulos de dignidad que tanto abundan y gustan en ciertos sectores eclesiásticos, pero tan poco tienen que ver con el evangelio: monseñor, excelencia, ilustrísima, santidad, eminencia, etc… Pedía ser llamado “Pedro” o “Pedrinho”. Es que nunca dejó de soñar otra iglesia que -además de una, santa, católica y apostólica- tenga como nota definitoria la desnudez:
Yo, pecador y obispo, me confieso
de soñar con la Iglesia
vestida solamente de Evangelio y sandalias.
Este verso me retrotrae a una foto del año pasado, en alguna de las celebraciones fúnebres, donde se ven sus pies llagados, desnudos, apenas cubiertos con el libro de la Palabra. Todo un símbolo de lo que fue su búsqueda del Reino desde la iglesia. Una iglesia despojada de tantas exterioridades y superficialidades, de ritos insignificantes y palabras vacías para, desde la pobreza, concentrarse en lo esencial:
POBREZA EVANGÉLICA
No tener nada.
No llevar nada.
No poder nada.
No pedir nada.
Y, de pasada,
no matar nada;
no callar nada.
Solamente el Evangelio,
como una faca afilada.
Y el llanto y la risa en la mirada.
Y la mano extendida y apretada.
Y la vida, a caballo, dada. Y
este sol y estos ríos
y esta tierra comprada,
por testigos de la Revolución ya estallada.
¡Y mais nada!
“Soñar” una iglesia distinta implica también apurar la utopía, alentar e implementar reformas concretas. En un reportaje de 1986 -30 años antes que el papa Francisco lo instalara como tema prioritario de agenda eclesial-, enumerando algunas sombras de la Iglesia, denunciaba: “La lentitud seudo-eterna de nuestras reformas en curias y códigos. Especialista en eternidad, la Iglesia deja pasar, con frecuencia, el Tiempo…” (P. Casaldáliga, Al acecho del Reino, Madrid, Nueva Utopía 1989, 179).
Y, acotaría yo que, dejar pasar el tiempo no es sólo una cuestión cronológica sino kairológica:
“Lo malo no será / perder el tren de la Historia, / sino perder el Dios vivo / que viaja en ese tren”.
Y sin ciertas reformas ya no urgentes sino impostergables, será la iglesia quien vea pasar de largo ese tren.
Pedro del Araguaia, porque primero lo hizo con su ejemplo desde Sao Felix, se animó después a interpelar a Pedro de Roma, en aquel duro poema dedicado a Juan Pablo II. que comienza:
“Deja la curia, Pedro,
desmantela el sinedrio y la muralla,
ordena que se cambien todas las filacterias impecables
por palabras de vida, temblorosas”.
Luchó por una iglesia pobre, desde los pobres y para los pobres… ¡para que no haya más pobres! Porque estaba convencido que lo que Dios quiere es la igualdad de todos sus hijos para que puedan vivir en verdadera y libre fraternidad, como escribe en un irónico poema titulado “Igualdad”:
“Si Cristo es
la riqueza
de los pobres,
¿por qué no es
la pobreza
de los ricos,
para ser
la igualdad
de todos?”
Y una última nota para subrayar la sintonía con la tan mentada “iglesia en salida”. En el poema ya citado, dedicado a un antecesor (“Deja la curia, Pedro”) lo exhorta -y, en él, a todos los creyentes-, a desplazarse hacia las periferias, donde el Pueblo (sobre)vive, abandonado. Cito sólo unos versos:
Vamos al Huerto de las bananeras,
revestidos de noche, a todo riesgo,
que allí el Maestro suda la sangre de los Pobres.
La túnica inconsútil es esta humilde carne destrozada,
el llanto de los niños sin respuesta,
la memoria bordada de los muertos anónimos.
Legión de mercenarios acosan la frontera de la aurora naciente
y el César los bendice desde su prepotencia.
En la pulcra jofaina Pilatos se abluciona, legalista y cobarde.
El Pueblo es sólo un «resto»,
un resto de Esperanza.
No Lo dejemos sólo entre guardias y príncipes.
Es hora de sudar con Su agonía,
es hora de beber el cáliz de los Pobres
y erguir la Cruz, desnuda de certezas,
y quebrantar la losa—ley y sello— del sepulcro romano,
y amanecer
de Pascua.
Para concluir este tan rápido como incompleto esbozo de su cautivante figura, quiero recordar un pequeño poema que, quizá, pueda resumir su triple ministerio de poeta, profeta y pastor o, mejor aún, lo que fue toda su vocación: buscar el verdadero y siempre inalcanzable Rostro de Dios para poder modelar y cambiar su propia vida y, luego, ofrecerlo como “condición de posibilidad” para poder humanizar un poco más la Iglesia y el Mundo, desde su propuesta programática de “Humanizar la humanidad practicando la proximidad”:
Para cambiar de vida
hay que cambiar de Dios.
Hay que cambiar de Dios
para cambiar la Iglesia.
Para cambiar el Mundo
hay que cambiar de Dios
Autor: Michael Moore.
Publicado primero en la Revista Latinoamericana de Teología 113, 2021
Conozca más de la poesía de Casaldáliga en el libro del autor “Cuando la fe se hace poesía”: AQUI
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