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Dia de los Pueblos Indígenas 2021: la lucha Xavante continúa

Dia de los Pueblos Indígenas 2021: la lucha Xavante continúa

Una de las luchas más intensas y significativas de los pueblos indígenas en todo Brasil fue la retomada de la Tierra Indígena Marãiwatsédé, en el estado brasileño de Mato Grosso, que tuvo lugar en 2012 trás 50 años de lucha, no siempre pacífica.

En 1965, las familias xavantes fueron sacadas a la fuerza de sus tierras ancestrales por el gobierno militar y llevadas en aviones de la Fuerza Área Nacional (FAB) a la Misión Salesiana de São Marcos. El grupo agrícola Ometto -propiedad de la familia del gigante del azúcar y el alcohol Cosan- se hizo con la zona. Como resultado de ese traslado forzoso murieron más de 150 indígenas y las familias del pueblo Xavante de Maraiwãtsédé fueron separadas.

 

[…] Y los blancos comenzaron a acercarse para robar la tierra. Así, fueron llegando más y más. Nuestra tradición era dividir el pueblo, porque el espacio era grande. Ya estaba cerca de abare’u hacer la ceremonia, pero cuando los blancos ya estaban cerca, nuestro uuu no había hecho la ceremonia. Entonces comenzó la trampa detrás de la tierra. Eran inteligentes.
Tserewa’wa Declaración al MPF

 

Las tierras de los Xavante fueron vendidas posteriormente a holdings agroindustriales internacionales, como la italiana Agip Petroli, que explotaba la finca Suiá-Missu, construida en la deportación. Como explica Pedro Casaldáliga en su Carta Pastoral de 1971, en la década de 1970, la Fazenda Suiá-Missu contaba con unas 695.000 hectáreas, “una superficie mayor que la del propio Distrito Federal”.

Durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente de 1992, celebrada en Río de Janeiro, el Pueblo Xavante presionó a las autoridades nacionales e internacionales y el presidente de Agip, Gabriele Cagliari, -que se suicidaría poco después en una cárcel italiana, acusado de corrupción- se comprometió públicamente a devolver la zona a los Xavante.

Sin embargo, como contaba el periódico italiano La Repubblica en 1993: «el sueño de los Xavante, expulsados de sus tierras en 1966, se quedó en un sueño. Las 168 mil hectáreas de la hacienda Suiá Missú, en Mato Grosso, un año después, siguen siendo propiedad de Agip Petroli».

El litigio con los Xavante permaneció bajo la inacción del gobierno brasileño durante más de cinco años, hasta que la Tierra Indígena Marãiwatsédé fue legalmente reconocida por el presidente de la República brasileña, Fernando Henrique Cardoso, en 1998.
 
Agência Pública: Mapa da área Xavante no Araguaia
 
Antes, sin embargo, el gobierno de São Félix do Araguaia y algunos agricultores de la región animaron a 2.000 ocupantes ilegales a invadir la zona. El conflicto se hizo inminente: en 2004, se informó de que tres agricultores que invadían las tierras habían contratado a un pistolero para que matara a Dom Pedro Casaldáliga. Aunque fue amenazado, rechazó la escolta policial y continuó su labor pastoral y social con normalidad, diciendo que sólo la aceptaría cuando todos los campesinos tuvieran derecho a ella.

A lo largo de 50 años de exilio forzoso, los Xavante fueron constantes en la defensa de sus derechos. Cuando fueron expulsados, deportados -esa es la palabra, fueron deportados- seguían ligados a esta tierra, venían todos los años a recoger pati, una palmera para hacer adornos.

Los Xavante siempre reclamaron la tierra donde estaban enterrados sus mayores. Y siempre tenían en mente su tierra.
 

“La Tierra Marãiwatsédé está en nuestro corazón”

 
A pesar de ser una área legalmente reconocida en 1998, no fue hasta los últimos meses de 2012 que el Supremo Tribunal Federal (STF) ordenó la retirada real de los invasores y la entrada efectiva del Pueblo Xavante a la Tierra Indígena Marãiwatsédé. El día 7 de noviembre de 2012 comenzaron a entregar en el lugar los avisos que pedían a los invasores que se fueran. Finalmente, tras cuarenta y seis años de exilio, los Xavante vieron reconocido definitivamente el derecho a su territorio.

La salida de los invasores, sin embargo, no fue pacífica y fue necesaria la intervención de la Fuerza Nacional para desalojar a las personas que permanecían en la zona. Hubo enfrentamientos organizados con la policía y vandalismo para destruir (aún más) las tierras de los indígenas. Debido a este conflicto, Pedro Casaldáliga tuvo que abandonar sua casa de São Félix do Araguaia debido a las amenazas de muerte que recibió.

 

Marãiwatsédé hã
Tôtsena ti’a na watsiri’ãmo Wahõiba duré
Höiba-téb’ré hã, Ãhawimbã Date itsanidza’ra hã
Ahãta te Oto aimatsa’ti’ a na Ítémé we’re’iwadzõ
mori hã adza Oto ãma wawa’utudza’rani
Ti’a’a’a’ana… Ai’uté hã ãma ipótódza’ra hã
Tedza Oto ãma tsitébrè ti’a’a’a’ana.

La Tierra Marãiwatsédé está  en nuestros corazones  y en nuestras almas.
Cuando aún éramos pequeños nos sacaron de este lugar.
Pero hoy hemos reconquistado nuestra tierra,
nuestro hogar ahora de vuelta descansaré en esta tierra,
en esta tierra, en esta tierra…
Aquí nací y en esta tierra se criarán nuestros hijos.

Marcio Tserehité Tsererãi’ré

 

Sin embargo, la tierra que los indígenas retomaron era muy diferente a la que se les quitó por la fuerza: en 2012, al menos dos tercios de las 165 mil hectáreas de la reserva habían sido deforestadas por madereros, ganaderos y ocupantes ilegales. Marãiwatsédé llegó a liderar el ranking de las tierras indígenas más deforestadas del país.

Marãiwatsédé, que fue el próspero hogar de los Xavante durante siglos, se enfrenta hoy al desafío vital de la escasez de alimentos, la escasez de agua, los suelos degradados por la deforestación y, además, las invasiones puntuales y los incendios intencionados que, incluso hoy en día, se siguen registrando en la zona.

Sin embargo, poco a poco y siempre en lucha, los Xavante están consiguiendo vivir en su tierra ancestral y están construyendo pueblos y organizándose. Más de 1.200 indígenas viven hoy en las tierras de Marãiwatsédé.

El camino es largo y será muy difícil. No faltan las amenazas.

Pero el Pueblo Xavante de Marãiwatsédé no tiene miedo. Para ellos, la esperanza siempre gana.

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La Semana Santa de Casaldáliga

La Semana Santa de Casaldáliga

MARZO DE 1985

 

Semana Santa. De noche, inmensa, la luna de nisán entre los árboles frondosos de Luciara. Y ráfagas de lluvia y un silencio sobrecogedor. Bancos de peces suben el Araguaia y la pesca se hace, estos días, como un juego fácil. Vamos a celebrar la Cena del Señor.

«Mi presbiterio», disperso, cada sacerdote en medio de sus comunidades, todos lejos. Yo, obispo a pesar de todo, con ellos, con todo ese pueblo de Dios en el campo [sertão]. Cristiano como todos; queriendo serlo. Obispo de todos ellos. Esta es mi heredad en esta patria que me ha asignado el Espíritu.

Aquí, en Luciara, consagré hoy los santos óleos. Digamos que donde está el obispo, allí está su catedral.

Un muchacho, ya hombre, me pregunta en nombre de sus compañeros si “faz mal” jugar a las cartas hoy, en casa, solo para matar el tiempo, en esta total abstinencia de bares, billar y música. Con el pescado de la abstinencia -aquí tan al alcance de la mano- se come también hoy ritualmente la patata dulce y la calabaza, bañadas en leche de coco.

La chiquillería -con las velas y los mosquitos, los charcos y la media luz de las calles- y otros ya menos chicos también tumultúan el viacrucis callejero.

La Vigilia pascual será a orillas del Araguaia. Una alta hoguera debajo de la luna íntegra. El agua del río en un pote karajá y el cirio y las velas, la luz de Cristo y su eucaristía, la nueva Pascua, nuestra Pascua. He llevado la comunión a once enfermos o imposibilitados, ya en el umbral de la paz varios de ellos. Y mañana será «aquel día que el Señor hizo», para siempre.

La soledad y la simplicidad tornan la fe accesible. Y el dolor del mundo hace la Pascua apasionadamente deseable.

En esta pared cruda de nuestra casa misión -las pajas viejas y los murciélagos-, el Cristo de Dalí, como visto desde el Padre, se abalanza, ofrecido, sobre el mundo. Y el mundo es un caos de nubes, quizás de mar, informe creación primera; pero ya rompe en él -reverberos del Día- la luz del Crucificado. Otra luz, quizás la fe, viene del mundo y alarga generosamente el brazo izquierdo de Cristo en una sombra inacabable, como el perdón, como la caridad.

«No basta con dar pan, hay que dar trabajo», reza, en la pared también, un viejo cartel, blanco y azul, de un calendario del MIEC-JECI, al pie de la imagen derrumbada de un hombre en paro. «Tierra es vida», grita aún en el póster central de la casa un cartelillo, ocre y marrón, de la «Semana del Indio de 1984».

A orillas del Araguaia hemos bendecido el fuego nuevo de la Pascua y el agua bautismal. La luna nos ha presidido como un inmenso lucernario. Y en la procesión de velas y cantos y el pote karajá hemos ido a la iglesia para celebrar la eucaristía de la Vigilia mayor. Yo llevaba el cirio pascual, para aprender a ser diácono servidor, quizás. De pronto, una ráfaga de viento ha apagado el cirio y casi todas las velas. Pero a mi lado, como un símbolo evangélico, muy pequeña la niña, seguía ella con su vela encendida, y ha devuelto la luz al obispo y a toda la comunidad.

 

Pedro Casaldáliga, 1985

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