En el decurso de los años 70, en Brasil y en toda América Latina, comenzó a surgir toda una nueva articulación de prácticas pastorales y políticas, basadas en criterios tales como inserción en la base, conocimiento, contacto, respeto y convivencia con el pueblo en toda su diversidad social y cultural. Frente al terror que cubría casi todo el continente latinoamericano, pequeñas comunidades, casi clandestinas, realizaban este nuevo trabajo, con prácticas concretas desde una visión utópica, releyendo el Evangelio y reinventando la práctica política, o como se decía entonces: “con un oído en el pueblo y el otro en el evangelio”.
En esos grupos participaban cristianos de muchas denominaciones y tradiciones religiosas, pero también militantes de las causas populares que no profesaban fe religiosa, pero que practicaban el respeto a la diversidad y deseaban la práctica colectiva, con un mismo horizonte utópico.
En este contexto surgen las nuevas pastorales de la Iglesia católica, como la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT) y el Consejo Indigenista Misionero (CIMI) entre otras. Don Pedro participó en la fundación de ambas entidades, vinculadas a la Conferencia Nacional de los Obispos del Brasil (CNBB) y, a través de ellas, se implica permanente en la situación de los campesinos y de los pueblos indígenas en todo el país, al tiempo que contribuye decisivamente en la definición de sus líneas de trabajo, de apoyo, de solidaridad, de formación y de esfuerzo organizativo para que campesinos y pueblos indígenas puedan afrontar los serios desafíos de aquel momento y luchar por sus derechos.
Desde un inicio, Don Pedro se convirtió en uno de los principales portavoces de aquel amplio movimiento pastoral y social que se constituía silenciosamente en todo Brasil. Lo ejerció con su radicalidad en la crítica, en el compromiso, en el humanismo que valoraba las instituciones, tanto del Estado como de la Iglesia, en función del servicio a la vida plena de los pueblos, particularmente de los más pobres y, entre éstos, de los pueblos indígenas.
En una entrevista que en 1978 le hizo Teófilo Cabestrero, Don Pedro explícito sus tesis fundamentales sobre la centralidad de los pueblos indígenas en su visión del trabajo pastoral y de compromiso de los cristianos latinoamericanos en aquel momento histórico. Sus formulaciones, dichas de manera simple y profunda, revelaban el rumbo por donde caminaba, en las últimas décadas, la pastoral indigenista, lo mismo que revelaban la nueva visión del papel transformador de los pueblos indígenas en la América Latina.
“Los pueblos indígenas están siendo, en algunas iglesias, una prioridad. Te aseguro que, en mi sensibilidad pastoral, lo son. Porque es la prioridad más evangélica. Por dos motivos. Primero porque son los más pobres, como personas y como pueblo. No digo que sean los menos felices. Como personas y como pueblo tienen sobre sí la sentencia de muerte más inmediata, la muerte más lógica a partir del sistema. Estorban. Sus tierras, su floresta, su casa, su hábitat maravilloso, este lago Tapirapé que estás viendo, son estímulo, pasto, de la codicia de los grandes, de los poderosos, del latifundio, de las famosas carreteras, de la integración nacional, del tristísimo desarrollo (¡maldito sea el desarrollo en estas circunstancias mortíferas!, ¿no?) y del turismo. A causa de esta condena a muerte son los indios la causa más evangélica. Su supervivencia es frecuentemente cuestión de meses; dos, tres meses; una carretera que irrumpe, que pasa, que ataca el organismo indígena que ya se queda sin defensas. O un simple sarampión puede llevarse una aldea entera. Y, en segundo lugar, son también los seres más evangélicos, porque siendo los más pobres, los menores, los más desamparados, son también los más libres de espíritu, los más comunitarios y los que viven más armónicamente con la naturaleza, con la tierra, con el agua, con la luz, con la fauna y con la flora. Serían ellos, en la expresión antiquísima que Ad Gentes actualizó, y que a mí me impresiona mucho, serían ellos ‘las simientes del Verbo’, o, mejor, traduciendo con mayor precisión, ‘el Verbo encarnado’ en estos pueblos. Se percibe realmente lo que aquí está encarnado.
En la medida en que la Iglesia de Brasil y toda la Iglesia del continente sepan y quieran hacer las debidas renuncias y asuman evangélicamente la causa de los indios, ellas serán realmente un revulsivo para toda la Iglesia y para toda la sociedad, y, por eso mismo, una poderosísima fuerza del evangelio. Pero, claro, para asumir más la causa indígena es menester despojarse de todo etnocentrismo pastoral, de todo colonialismo. Despojamiento que ha de ser lúcido, incluso científicamente, y, tal vez, heroico. Si eso implica dejar muchas cosas, pensar de otra manera, renunciar bastante a la propia religión inclusive… No es ya renunciar simplemente a costumbres, a modos de comer y vestir, o de ver y sentir; ni se trata siquiera de renunciar sólo a las filosofías. Es renunciar incluso a la propia religión. No digo a la fe, está claro. Tú me entiendes perfectamente”.
La Misa de la Tierra Sin Males
Las matrices de clase, de valores cristianos y de cultura catalanas de Casaldáliga, todas milenarias, son para él un referente espiritual en aquel momento histórico vivido por los pueblos de América Latina, con su múltiple necesidad de superar el terror de Estado, el desaliento de la miseria social y las prácticas políticas tradicionales, incluso de la izquierda institucional y de las izquierdas más radicales!’
“El año de 1978 fue considerado en Brasil el “Año de los Mártires de la Causa Indígena”, cuando se celebraban los 350 años de los tres mártires rio-grandenses, Roque González, Afoso Rodríguez y João Castilhos. Ese año el CIMI propuso que no se celebrara sólo la muerte de los tres misioneros jesuitas; se debía celebrar también la muerte de millares de indios, sacrificados por los Imperios cristianos de España y Portugal. Unos y otros, mártires de la causa indígena. La cruz, en medio de todos ellos. Aquéllos, muriendo por amor a Cristo. Éstos, masacrados “en nombre” de Cristo y del Emperador.
… Mártires indefensos por el Reino de Dios hecho Imperio, por el Evangelio hecho decreto de conquista. Víctimas de las masacres que quedaron con nombre glorioso en la mal contada Historia, en la mal vivida Iglesia…”
Proclama Indígena de Don Pedro Casaldáliga.
En esas ruinas históricas y en ese Año de los Mártires de la Causa Indígena nació la idea de la Misa de la Tierra Sin Males.
La Misa habla del pasado, pero también de la actualidad de la opresión a los pueblos indígenas; hace una autocrítica de la práctica misionera, cómplice de ese proceso colonizador, que se puede aplicar también al presente; hace un retrato de la opresión indígena que se aplica también a la realidad actual de los pueblos latinoamericano.
Dato significativo: Don Pedro escribió esa Misa con Pedro Tierra, seudónimo del militante político, ex preso político y ex miembro de una organización de lucha armada de Brasil, Hamilton Pereira da Silva, y con Martín Coplas, argentino de origen indígena, quéchua y aymara.
La Misa de la Tierra Sin Males se celebró por primera vez en la catedral de la Seo, de São Paulo, el día 22 de abril de 1979. Esta misa posibilitó muchas dimensiones, a partir de su dimensión histórica fundamental, de denuncia del proceso colonizador como genocida y etnocida respecto a los pueblos que aquí vivían antes de la llegada de los españoles y de los portugueses: habla del pasado, pero también de la actualidad de la opresión a los pueblos indígenas; hace una autocrítica de la práctica misionera, cómplice de ese proceso colonizador, que se puede aplicar también al presente; hace un retrato de la opresión indígena que se aplica también a la realidad actual de los pueblos latinoamericano. O sea, la Misa de la Tierra Sin Males se refería al pasado, pero también al pasado que seguía presente en la realidad del Brasil y de América Latina.
La elaboración de la celebración de la Misa de la Tierra Sin Males significó ampliar la visión solidaria y evangélica de Don Pedro Casaldáliga en el tiempo y en el espacio: partiendo de los pueblos del Araguaia, sus ojos buscaron mirar y comprometerse, con la palabra, con la denuncia, con la reflexión, con la promesa de la Utopía recuperada, con todos los pueblos indígenas latino-americanos y, por extensión, con todos los pueblos de América Latina en su ansia de libertad.
Inmerso y militante destacado de esa nueva corriente de personas, entidades, grupos, movimientos populares, pastorales, iglesias, pueblos y organizaciones indígenas, con la Misa de la Tierra Sin Males, Don Pedro y sus colaboradores construyen una nueva referencia crítica y autocrítica para el ideario de cristianos y militantes sociales, a partir de la saga de los pueblos indígenas en nuestro continente.
Paulo Maldos. Ex-secretario especial del gabinete de la Presidencia de Lula da Silva