Y entonces en enero del 68 vinimos el compañero Manuel Luzón y yo. Hicimos el curso de cuatro meses del CfI (Centro de Formación Intercultural). Si Manuel y yo hubiéramos venido directamente de Madrid al Mato Grosso nos abríamos perdidos. En los cuatro meses, a pesar de estábamos en una dictadura militar, tuvimos profesores muy buenos y charlas muy buenas. Nos leyeron los periódicos en entrelíneas: que los campesinos estaban siendo masacrados, que los indígenas estaban acosados…, y que había muchos brasiles; porque si estás sólo en Sao Paulo en Porto Alegre del Sur, a lo mejor en casa de unos religiosos que tienen la comunidad en el centro de la ciudad, en el barrio más “chic” difícilmente te haces cargo de la situación
Vinimos prevenidos. Por añadidura vinieron varios jóvenes brasileños voluntarios (que sufrieron bastante con nosotros) y nos obligaron a seguir hablando portugués y nos pasaron la cultura (literatura, música, modo de hablar en tal región…). Creo que fue valioso, porque incluso esa vivencia ayudó también a crear el propio signo religioso misionero que tenemos aquí
No había infraestructura, salud, comunicación, educación, no había prácticamente ningún órgano del gobierno que pudiese atender. Nosotros tuvimos que hacer incluso, y aún ahora lo hacemos, a veces, el apostolado de la suplencia.
Nos tocó vivir esta región que es entrada de la Amazonia, llamada Amazonia legal y nos tocó vivir a la entrada de la dictadura militar. Llegué aquí en el año 68. Era entrada la del latifundio; fue una especie de ensayo de latifundio con los incentivos fiscales que daba el gobierno: industriales del sur se apoderaban de una porción de tierra de estas regiones y recibían los llamados incentivos fiscales, se les dispensaban muchos impuestos, se les permitía comprar maquinaria en el exterior sin gravámenes. Y eso significa tomar una decisión: con el latifundio, con la dictatura, o contra ellos, a favor de las víctimas del latifundio, que eran los indígenas, los peones (trabajadores del propio latifundio) y los “poseeros”, esos campesinos sin tierra que de un modo bastante espontáneo en aquella época, sin organización, sabían que en Mato Grosso, en la Amazonia, había mucha tierra sin nadie y venían. Fueron unos auténticos “desgarradores”, como decimos aquí, porque ellos fueron quienes sufrieron las distancias, falta de infraestructura total. Cundo lanzamos aquella primera carta pastoral el día de mi ordenación precisamente la titulamos: : “Una Iglesia de la Amazonia en conflicto son el latifundio y la marginación social”. No había infraestructura, salud, comunicación, educación, no había prácticamente ningún órgano del gobierno que pudiese atender. Nosotros tuvimos que hacer incluso, y aún ahora lo hacemos, a veces, el apostolado de la suplencia.
Y en la Iglesia estábamos viviendo las consecuencias del Vaticano II y Medellín, que fue prácticamente nuestro Vaticano II. Hubo mucho Espíritu Santo de por medio y gente lúcida, abierta, el clima era bueno, a pesar de toda la violencia.
Se vivió un cierto clima de profecía, de inserción, de superación de barreras. Incluso aquí en Brasil para muchos hablar de comunismo, de marxismo no espantaba tanto, perqué también el propio marxismo aquí en la América Latina se vivió de un modo mucho más popular, mucho menos soviético. Mariátegui, marxista peruano, habla del alma matinal, había mucha poesía marxista latinoamericana y la causa indígena empezaba a sobresalir, a exigir reconocimiento, el mundo negro también. Aquellos sujetos emergentes que hemos dicho en nuestras pastorales.
Pedro Casaldáliga – 2007