En 1978, la Facultad de Teología de Catalunya, para conmemorar su 25 aniversario, decidió por unanimidad de su claustro académico nombrar Doctor Honoris causa al obispo Pedro Casaldáliga. Pero hubo un veto del Arzobispo local, aduciendo que Casaldàliga no era teólogo sino poeta.
El teólogo benedictino Lluís Duch escribió: “Casaldáliga no ha sido reconocido oficialmente como teólogo: para él quizá sea una suerte; para la institución hubiera podido significar la posibilidad de reconocer un profeta en su patria”.
Con este motivo escribí un largo artículo sobre la teología poética de Casaldáliga que le hice llegar.
Casaldáliga contempla el bello mundo indígena (el Araguaia, las garzas blancas, la aldea de los indios Tapirapé..) anticipo de la Tierra sin males, ahora destruido por los malditos latifundios y el Imperio. Llama a Romero “San Romero de América” y le dice a Pedro que deje la curia. Vive la pasión y la cruz con el pueblo, teme que le maten de pie, sube y baja del Carmelo, sin tener nada, ni llevar nada, no se cansa de esperar el Reino. Ve al Resucitado junto al mar de Tiberíades, con las llagas y las brasas del pan encendidas. Vive bajo el viento del Espíritu y se presenta al Padre con la mano llena de nombres.
Casaldáliga no sabía nada de lo sucedido en Barcelona y agradeció mi artículo. Posteriormente nos encontramos varias veces en Bolivia y otra vez en São Paulo en una reunión de obispos y teólogos latinoamericanos promovida por él.
Casaldáliga ha sido un buen pastor, un místico, profeta y poeta, teólogo de los pobres, de este octavo sacramento que el Espíritu administra: ¡la voz del pueblo! Quizás esto último es lo que a algunos les cuesta reconocer.
Texto de Víctor Codina, SJ