Con mayor o menor lucidez, con lógica vital más o menos consecuente, ya hemos descubierto la sociedad hecha sistema, dentro de la estructura que nos envuelve y condiciona, bajo la inevitable solicitación de la coyuntura diaria.
La Iglesia, perita en eternidad y menos perita en historia, durante siglos, muchas veces, fácilmente sólo veía personas; o individuos, sólo; o, más dicotómicamente aún, a veces solamente veía almas…
Sin dejar de enfrentar nunca esa globalidad estructural en la cual se forja la historia humana y dentro de la cual acontece el Reino, deberíamos ahora redescubrir, comprometidamente, la persona, miembro de la sociedad y protagonista de la historia y del Reino.
El Hombre -el varón y la mujer- es un ser estructurado y estructurante. La historia, el sistema y el Reino lo hacen, pero, a su vez, él hace el sistema, la historia y el Reino.
En nuestra América Latina, por ejemplo, despierta hoy convulsivamente para la segunda liberación total, dos grandes hombres marxistas proclamaron, con sus palabras y con su vida -y con su muerte-, la utopía del hombre nuevo, la ensoñación incontenible del «hombre matinal»: el Ché y Mariátegui. Y en la revista «Amanecer» de marzo y abril de este año de muerte y de Gracia de 1982 acabo de leer un fragmento del libro premiado del comandante sandinista, Ornar Cabezas, sobre «la mirada del hombre nuevo» y «el hombre nuevo que está en la montaña…».
La reflexión y la vivencia de una espiritualidad de la liberación, en América Latina (en el Tercer Mundo, en el mundo más en general, pienso yo sinceramente), deberán tener como consideración y exigencia básicas la utopía necesaria del hombre nuevo.
Hace días que intento delinear, para mis adentros, los rasgos fundamentales del hombre nuevo. Y ese intento es lo que ofrezco ahora, como una contribución balbuciente al libro del DEI sobre «Espiritualidad y liberación en América Latina».
Nuestros teólogos, nuestros sociólogos, nuestros psicólogos y nuestros pastoralistas dirán su palabra mayor, científicamente. Y nuestros santos y nuestros mártires harán verdad -lo hacen ya, con caudalosa efusión- el rostro Latinoamericano del hombre nuevo.
Los rasgos del hombre nuevo serían, a mi modo de ver:
1. LA LUCIDEZ CRITICA
Una actitud de crítica «total» frente a supuestos valores, medios de comunicación, consumo, estructuras, tratados, leyes, códigos, conformismo, rutina…
Una actitud de alerta, insobornable.
La pasión por la verdad.
2. LA GRATUIDAD ADMIRADA, DESLUMBRADA
La gratuidad contemplativa, abierta a la trascendencia y acogedora del Espíritu. La gratuidad de la fe, la vivencia de la Gracia. Vivir en estado de oración.
La capacidad de asombrarse, de descubrir, de agradecer.
Amanecer cada día.
La humildad y la ternura de la infancia evangélica.
El perdón mayor, sin mezquindades y sin servilismos.
3. LA LIBERTAD DESINTERESADA
Ser pobres para ser libres frente a los poderes y a las seducciones.
La libre austeridad de los que peregrinan siempre.
Una morigerada vida de combate.
La libertad total de los que están dispuestos a morir por el Reino.
4. LA CREATIVIDAD EN FIESTA
La creatividad intuitiva, desembarazada, humorada, lúdica, artística.
Vivir en estado de alegría, de poesía, de ecología.
La afirmación de la autoctonía.
Sin repeticiones, sin esquematismos, sin dependencias.
5. LA CONFLICTIVIDAD ASUMIDA COMO MILITANCIA
La pasión por la justicia, en espíritu de lucha, por la verdadera paz.
La terquedad incansable.
La denuncia profética.
La política, como misión y como servicio.
Estar siempre definido, ideológica y vivencialmente, del lado de los más pobres.
La revolución diaria.
6. LA FRATERNIDAD IGUALITARIA
O la igualdad fraterna.
El ecumenismo, por encima de razas y de edades y de sexos y de credos.
Conjugar la más generosa comunión con la salvaguardia de la propia identidad étnica, cultural y personal.
La socialización, sin privilegios.
La real superación, económica y social de las clases que están ahí, en orden al surgimiento de la sola clase humana.
7. EL TESTIMONIO COHERENTE
Ser lo que se es. Hablar lo que se cree. Creer lo que se predica. Vivir lo que se proclama. Hasta las últimas consecuencias y en las menudencias diarias.
La disposición habitual para el testimonio del martirio.
8. LA ESPERANZA UTÓPICA
Histórica y escatológica. Desde el hoy para el mañana. La esperanza creíble de los testigos y constructores de la resurrección y del Reino.
Se trata de utopía, la utopía del Evangelio. El hombre nuevo no vive sólo de pan; vive de pan y de utopía.
Solamente hombres nuevos pueden hacer el mundo nuevo. Pienso que estos rasgos corresponden a los rasgos del Hombre Nuevo Jesús. Así de utópicamente vivió Él; esto enseñó en Belén, en la Montaña y en la Pascua; así nos configura trabajosamente su Espíritu, derramado en nosotros.
Publicado en el libro “Experiencia de Dios y pasión por el pueblo. Escritos Pastorales”, en 1983.