Desde la elección de Bolsonaro como presidente de Brasil, este país se ha convertido en el epicentro del “cristoneofascismo” y en el lugar donde gobierna la extrema derecha de Dios en un acto de la más crasa manipulación de lo sagrado al servicio de una política necrófila.
Tal situación me lleva a plantear dos preguntas: en qué modelo político-religioso se sustenta el cristoneofascismo de Bolsonaro y qué imagen de Dios subyace. Creo que le mejor respuesta se encuentra en el teísmo político que ha establecido Bolsonaro en Brasil y en la imagen de Dios sacrificial en la que se basa.
La teología latinoamericana de la liberación, y muy especialmente la brasileña, liberó a Dios del asedio del mercado y Bolsonaro lo ha convertido en prisionero de su política antiecológica, homófoba, patriarcal, neocolonial y ultraneoliberal.
El slogan de su campaña electoral, con el que también concluyó el discurso de la toma de posesión como presidente de Brasil, fue: “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”. Lo reiteró en uno de los cultos en los que participó en la Iglesia Evangélica Sara Nossa Terra en julio de 2019: “Debo mi vida a Dios y este mandato está al servicio del Señor. En nuestro gobierno, Dios está encima de todo”.
Lo que muchos consideramos un secuestro político de Dios, el ministro de Asuntos Exteriores, Ernesto Araújo, lo calificó de una liberación de Dios, “triste prisionero…, que vuelve a circular libremente por el alma humana”. Teísmo político puro y duro y descarada perversión religiosa.
Creo, más bien, que en Brasil está sucediendo lo contrario a la afirmación de Araújo: la teología latinoamericana de la liberación, y muy especialmente la brasileña, liberó a Dios del asedio del mercado y Bolsonaro lo ha convertido en prisionero de su política antiecológica, homófoba, patriarcal, neocolonial y ultraneoliberal.
Una característica del teísmo político de Bolsonaro es el providencialismo religioso, que consiste en interpretar la historia desde un Dios providente, como cuando consideró un milagro el haberse librado del atentado sufrido durante la campaña electoral y mayor milagro todavía el haber ganado las elecciones. El ministro de la Casa Civil, Onyx Lorenzoni, aplicó a Bolsonaro las palabras de Jesús: “Muchos son los llamados y pocos los elegidos” y dice que Dios “eligió al más improbable”.
En que fue elegido “el más improbable” tenía razón Lorenzoni. Lo que dudo –o mejor, niego- es que fuera Dios quien lo eligiera o legitimara su elección. Quienes realmente contribuyeron a su elección fueron las fake news de su campaña electoral, que continúan produciéndose durante su presidencia a a través del gabinete del odio, que dirige uno de sus hijos y se encarga de difundir noticias falsas. Comentando la soledad de los dos presidentes anteriores tras las primeras semanas de asumir el gobierno, afirmó que uno de los motivos de dicha soledad era “el alejamiento de Dios, nuestro creador”.
Bolsonaro reconoce más influencia a la Biblia que a la propia Constitución brasileña. Pero la Biblia leída de manera fundamentalista y selectivamente en sus textos más violentos y discriminatorios contra las mujeres, los homosexuales, etc.
Brasil tiene una larga tradición de Estado laico, que Bolsonaro parece ratificar, pero lo hace tramposamente porque introduce una distinción que desemboca en confesionalidad: “El Estado es laico, pero nosotros –“yo”, dice en otras ocasiones- somos cristianos”. Confesionalidad que extendió al Tribunal Supremo Federal para el que anunció que de los dos jueces que tenía que nombrar “uno sería terriblemente (sic!) evangélico”.
¿Respeto al pluralismo? En absoluto. Prometió reconocer a todas las religiones, pero, eso sí “siguiendo la tradición judeocristiana”. Atendiendo a las constantes referencias que hace a la Biblia, cabe constatar que reconoce más influencia a la Biblia que a la propia Constitución brasileña. Pero la Biblia leída de manera fundamentalista y selectivamente en sus textos más violentos y discriminatorios contra las mujeres, los homosexuales, etc.
Constante es la presencia de Bolsonaro en los templos de las iglesias evangélicas fundamentalistas. Tuvo un gran impacto mediático su visita al Templo de Salomón de la Iglesia Universal del Reino de Dios, del obispo Edir Macedo, donde se produjo una escena inusual: el presidente de la República arrodillado ante el obispo Macedo, que le impuso las manos y le bendijo. Es permanente su recurso a la Biblia para legitimar su política homófoba, machista, racista y ultraneoliberal, en una palabra, neofascista en un claro secuestro del texto sagrado judeocristiano, que lee de manera fundamentalista.
En mayo de 2016 Bolsonaro viajó a Israel para recibir el bautismo en el río Jordán, imitando el bautismo de Jesús. Fue el pastor y líder del Partido Social Cristiano Everaldo Dias Pereira quien le sumergió en el Jordán y, tras el bautismo, le preguntó: “¿Acredita Usted que Jesús es Hijo de Dios?”, a lo que Bolsonaro respondió: “Acredito”. Tras el bautismo citó la afirmación de Jesús: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8,32) e hizo la siguiente confesión: “Recupero una fe que me acompañará para el resto de mi vida”.
El dios de Bolsonaro
El dios en el que cree el actual presidente de Brasil y con él los cristoneofascistas es el que legitima las dictaduras y denuesta la democracia. Bolsonaro ha defendido la dictadura brasileña que duró más de veinte años, de 1964 a 1985.
De ella ha llegado a afirmar que su principal error “fue torturar y no matar”. También ha elogiado el golpe de Estado de Augusto Pinochet y lo ha hecho como respuesta a las críticas de Michelle Bachelet, presidenta de Chile durante dos mandatos (2006-2010, 2014-2018) y actual Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, a la política de Bolsonaro.
La reacción de Bolsonaro no deja lugar a dudas: Dios se pone del lado de los dictadores, verdugos, criminaliza a las víctimas de manera inmisericorde y, como expresara Atahualpa Yupanki, come en la mesa del patrón.
Este respondió a Bachelet que se olvidaba “de que su país no era como Cuba solo gracias a los que tuvieron el coraje de ‘dar un basta’ a la izquierda de 1973, entre quien estaba su padre, entonces brigadier”. La reacción de Bolsonaro no deja lugar a dudas: Dios se pone del lado de los dictadores, verdugos, criminaliza a las víctimas de manera inmisericorde y, como expresara Atahualpa Yupanki, come en la mesa del patrón.
Comentando la Declaración postsinodal Querida Amazonía, del papa Francisco, Bolsonaro negó que hubiera fuego en la floresta húmeda y cuestionó en tono burlesco y teocrático el contenido de la exhortación: “El papa Francisco dijo ayer que la Amazonía es de él, que es de todo el mundo; coincidentemente yo estaba ayer con el canciller argentino… el papa es argentino, pero Dios es brasileño”. ¡Dios étnico y nacional contrario al Dios universal de las religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islam!
El dios de Bolsonaro es el dios negacionista del calentamiento global, insensible a la violencia de género, militarista, hecho a imagen y semejanza del militar Bolsonaro y de su gobierno con una numerosa representación militar.
El Dios de Bolsonaro, según Eliane Brum, es el que odia el mundo globalizado, el que cree que los inmigrantes pueden amenazar la soberanía de Brasil, el que cree que las escuelas del país se han convertido en una verdadera bacanal infantil alentada por profesores defensores de la “ideología de género”. Y yo añado: es el dios negacionista del calentamiento global, insensible a la violencia de género, militarista, hecho a imagen y semejanza del militar Bolsonaro y de su gobierno con una numerosa representación militar. Es un dios vengativo, y no el Dios del perdón, de la compasión y la misericordia como el predicado y practicado por Jesús de Nazaret. Nada que ver con el Dios liberador del éxodo y de los profetas de Israel, que opta por las personas y los colectivos empobrecidos.
Es el dios de la magia y de la superstición. En el momento álgido de la pandemia con decenas de miles de personas brasileñas contagiadas y miles de personas muertas por día, dictó un decreto por el que declaraba los cultos religiosos como “servicio esencial” a la ciudadanía. Dicha normativa se inspiraba en la afirmación del pastor evangélico Silas Malafaia, uno de sus asesores religiosos: “La iglesia es una agencia de salud emocional, tan importante como los hospitales”. ¡Mayor desprecio a la vida, imposible!
«No se preocupen con el coronavirus, esa una táctica o más que eso, de Satanás. Satanás trabaja con el miedo, el pavor, con la duda. Y cuando la gente está con miedo, pavor o dudas, quedan débiles, cualquier vientito se transforma en una neumonía». Edir Macedo
Asesorado por los pastores de las mega-iglesias, Bolsonaro minusvaloró desde el principio la gravedad del coronavirus, que calificó de “gripecilla”, y de la pandemia, que calificó de psicosis e histeria, mostró su desconfianza hacia la ciencia y propuso como alternativa la fe. Declaró su cercanía al obispo evangélico Edir Macedo, para quien el coronavirus es una estrategia de Satanás para infundir miedo, pánico e incluso terror, pero que solo afecta a la gente sin fe. Como antídoto al coronavirus propone el “coronafé”, que solo es eficaz para quienes creen firmemente en la palabra de Dios. El propio Bolsonaro llegó a profetiza contra el coronavirus ante un grupo de evangélicos que lo esperaba enfervorizada aclamándolo como “Mesías” a las puertas del palacio presidencial.
La respuesta a la desconfianza hacia la ciencia y al carácter mágico-curativo de la fe al margen de la medicina la ofrece el teólogo y filósofo intercultural Raimon Panikkar en su libro «La religión, el mundo y el cuerpo» (Herder, Barcelona, 2012) cuando afirma:
“Desligada de la medicina, la religión deja de ser […] una fuente de júbilo […]; se torna una fuerza alienante, que, raramente, puede refugiarse en el ‘negocio’ de salvar almas no encarnadas o en la espera de un cielo proyectado en un futuro lineal, pero que pierde valor terrenal e incluso su raison d’ être, puesto que ya no puede salvar al ser humano real de carne y hueso […] una especie de medicina para otro mundo, al precio de ignorar este de aquí” (p. 111)
Y concluye Panikkar: “La religión sin medicina no es religión, se deshumaniza, se torna cruel y aliena a los seres humanos de su propia vida en esta tierra. La religión sin medicina se vuelve patológica”. (p. 112).
El Dios de Bolsonaro -conocido también como BolsoNero- exige el sacrificio de seres humanos, un sacrificio selectivo de las personas, clases sociales y sectores más vulnerables de la población brasileña, de las comunidades afrodescendientes e indígenas. Esto se ha puesto de manifiesto durante la pandemia con la muerte de en torno a 600.000 personas, en su mayoría de los sectores y clases populares, que han sido sacrificadas con la excusa de salvar la economía. ¡La economía por encima de la vida!
El obispo, profeta, místico y poeta Pedro Casaldáliga responde, con su vida y las causas que defendió -más importantes que su vida-, al cristoneofascismo de Bolsonaro con la propuesta de un cristianismo liberador, desevangelizador y descolonizador, del que él fue uno de los símbolos más luminosos.
La inversión no puede ser más necrófila. Es la más inhumana aplicación de la teoría de la necropolítica, expuesta por el científico político camerunés Achille Mbembe, según la cual los poderes deciden quién debe morir y quién puede vivir, y de la cultura del descarte del Papa Francisco, según la cual “los excluidos no son ‘explotados’, sino ‘desechos’, ‘sobrantes’ (La alegría del Evangelio, n. 53).
El dios de Bolsonaro es, en fin, un dios ecocida que exige sacrificar la naturaleza, sobre todo con la destrucción de la selva amazónica, sin reparar que la naturaleza es la fuente de la vida, y Dios es dador de vida. El dios de Bolsonaro está emparentado con los ídolos de muerte del cristoneofascismo.
El obispo, profeta, místico y poeta Pedro Casaldáliga responde, con su vida y las causas que defendió -más importantes que su vida-, al cristoneofascismo de Bolsonaro con la propuesta de un cristianismo liberador, desevangelizador y descolonizador, del que él fue uno de los símbolos más luminosos. Propone, asimismo, como alternativa al dios necrófilo y sacrificial del actual -y esperemos que por muy poco tiempo-presidente de Brasil- el Dios Padre y Madre, “el Dios de todos los nombres”, que «en el vientre de María de Nazaret se hizo ser humano y en el taller de José se hizo clase”.
Juan José Tamayo. Profesor emérito de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de La Internacional del odio. ¿Cómo se construye? ¿Cómo se deconstruye? (Icaria, Barcelona, 2022, 3ª ed.) y Pedro Casaldáliga. Larga camina da con los pobres de la tierra (Herder, Barcelona, 2020)